Era el ámbito más grande la casa del
obispo, sin una sola ventana, y las paredes cubiertas por vidrieras de caoba
con libros numerosos y en orden. En el centro había un mesón con cartas de
marear, un astrolabio y otras artes de navegación, y un globo terráqueo con
adiciones y enmiendas hechas a mano por cartógrafos sucesivos a medida que iba
aumentando el mundo. Al fondo estaba el rústico mesón de trabajo con el
tintero, el cortaplumas, las plumas de pavo criollo para escribir, el polvo de
cartas y un florero con un clavel podrido. Todo el ámbito estaba en penumbra, y
tenía el olor del papel en reposo, y la frescura y el sosiego de una floresta.
Al
fondo del salón, en un espacio más reducido, había una estantería cerrada con
puertas de tablas ordinarias. Era la cárcel de los libros prohibidos conforme a
los expurgatorios de la Santa Inquisición, porque trataban de ‹‹materias
profanas y fabulosas y historias fingidas››. Nadie tenía acceso a ella, salvo
Cayetano Delaura, por licencia pontificia para explorar los abismos de las
letras extraviadas.
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
(Del Amor y otros demonios)