jueves, 17 de abril de 2014

¿Azar concurrente o realismo mágico?

Mercedes Barcha, Leopoldo Marechal, Elbia Rosbaco, Gabriel García Márquez y Augusto Roa Bastos. Agosto de 1967. Foto: González Cociña. Todas las fotos registradas. Please don't use this image on websites, blogs or other media without my explicit permission. © All rights reserved.


Estoy casi preparando maletas para la 40 Feria del Libro de Buenos Aires y esta tarde trabajaba en esta foto, interesado en recopilar información sobre el gran escritor argentino Leopoldo Marechal, cuando sobre las 3:00 p.m entra un amigo y me da la noticia de la muerte de García Márquez. No lo podía creer.  

Me quedo con la alegre paz de la foto y la certeza de ese jurado de lujo: Marechal, Gabo, Roa Bastos.

Gabo: el retorno a Macondo.



Ha muerto Gabriel García Márquez. La noticia está recorriendo el orbe con su carga de sorpresa y profunda pesadumbre. Cultivó –y el verbo en pasado me cuesta- la poco común virtud de ser un artista genial y querido a la vez. La noticia corta el aire y no deja lugar a discursos altisonantes. Pero como todo gran artista ha creado mundos enteros para nosotros y en ellos lo encontraremos una y otra vez renacido, creativo y alegre. A Gabriel García Márquez le debemos el acierto sin igual de haber definido en su literatura el espíritu de ese pequeño género humano que somos los latinoamericanos. El nos hizo la foto de grupo y le dio color, voz, movimiento, vida; le talló a golpe de teclas la esencia y la colgó en todas las mentes creativas del mundo. El realismo mágico, más allá de un estilo literario será visto como la marca de agua de una civilización, como el testimonio irrefutable de que la vida no pone a límites a quienes quieren vivirla en dimensiones infinitas, en toda la insondable potencialidad de la imaginación. Difícil imaginar algo más humano.

No puedo escribir ahora, no hay ánimo para juegos de artificio y me consuelo con saber que se eternizará su magisterio. Su obra nos deja muchísimos más de cien años de compañía.

Ha muerto el artífice de Macondo, el gran amigo de Cuba, Ha muerto un caribeño universal y nos deja una falta sin fondo.



Los cumpleaños de García Márquez

Ernesto Sierra, escrito en 2007.

A pesar de sus proverbiales sencilleces, carácter tímido y agudo sentido del humor, Gabriel García Márquez se ha convertido en un mito viviente. No digo que le guste; solo que es así. Y este año de aniversarios significativos para él, viene a demostrarlo con más fuerza. 

Han vuelto a entintar miles de cuartillas y a llenar los auditorios las anécdotas que describen al joven escritor con un talento y una voluntad pujantes pero sumido en un anonimato persistente, acompañado, por demás, de acuciantes penurias económicas. Los manuscritos a cuestas, la familia, la fuerza telúrica de Mercedes, la compañera de siempre, la suerte adversa, los viajes incesantes, los amigos, los consejos, las lecturas abundantes y reveladoras: Carpentier, Rulfo, Faulkner… 


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Gabo, el del bigote rebelde y los jeans gastados, el periodista innato y prolífico. El que creció escuchando las historias del abuelo Coronel y las premoniciones de la abuela, rodeado de mujeres supersticiosas, el que no deja distinguir entre qué escuchó, vio, investigó o qué pone de su propia cosecha y credo, el que no se sienta a escribir sin sus rosas amarillas. El que llevó a cuestas durante años la historia que nunca llegó a titularse La casa, esa que escribía y rescribía, que tiró al cajón por parecerse a El siglo de las luces, que se resistía a nacer hasta que una tarde en México, camino a Acapulco, se reveló y obligó al escritor a dar vuelta a Ciudad México y encerrarse durante casi dos años con solo dos dedos y veintiocho letras, a luchar con un mundo de gente que levitaba; a las que salían colas de puerco, que sufrían insomnios o maldiciones centenarias, un mundo de galeones varados en medio de la selva, de pescaditos de plata…un mundo que terminó por nacer, crecer y recorrer la rosa náutica con el nombre Cien años de soledad.

Universo calificado como mágico, pero que él insiste en definir como real, lleno de personajes conocidos, parientes, amigos, vecinos a los que acontecen, en lo cotidiano, esas historias extraordinarias. “El no inventó nada –dicen-, solo cuenta lo que todos conocen aquí en Aracataca”. 

De nuevo la estatura mítica. El manuscrito partido en dos por no alcanzar el dinero para el envío de correo, viajó la segunda parte, no la primera, el sí por respuesta y el milagro de los ocho mil ejemplares en manos de los lectores en apenas quince días. Gabito dejaría de serlo para convertirse en Gabriel García Márquez, pero eso fue en las revistas, no en su fuero interno. El siguió siendo Gabo, el del bigote rebelde y los jeans gastados.

Y como en la fábula del zorro del otro pequeño gigante, Tito Monterroso, la gente pidió nuevos milagros ¿Y después de Cien años qué? Pero Gabo siguió siendo él, y ha venido lo que tenía que venir, de a poco, escrito para él, no para los críticos. De todas maneras proliferaron, a veces para bien, otras no, los realismos mágicos, los míticos, los fantásticos, las comparaciones y la fama que, una vez en tu camino no hay gitano Melquíades que la conjure.
Las universidades, los congresos, los adjetivos, las invitaciones, la gente, más novelas, los patriarcas, el poder, los comentarios. Pero había subvertido el orden literario, y de qué manera. Desde entonces los editores no se cansan de pedir “novelas latinoamericanas”, es decir, llenas de la magia revelada por el talento narrativo, innato, de Gabo. Pero él, junto a los lectores, no se conforma, no se deja atrapar, y crea nuevos mundos, explora nuevas zonas de la realidad americana para seguir fundando. El realismo mágico, la novela del dictador, la novela reportaje o el reportaje novelado, la autobiografía, la novela histórica, el matrimonio feliz con el cine…inasible García Márquez, perseguido por el éxito de Cien años de soledad, pero hurtando el cuerpo en cada nueva entrega.

Hoy parece demasiado: ochenta años de vida, cuarenta de Cien años de soledad, veinte del Nóbel de Literatura. Pero Gabo continúa empecinado en su mala relación con la fama y se esconde, para aparecer de pronto sentado en el tren amarillo que lo llevará, otra vez, de regreso a su pueblo natal y hablará lo justo –este padre fundador de la ya no tan nueva novela latinoamericana- cuando afirmó, en Cartagena de Indias el pasado 26 de marzo, en el IV Congreso Internacional de la Lengua Española, que “Un millón de ejemplares de Cien años de soledad no son un millón de homenajes al escritor que hoy recibe, sonrojado, el primer libro de este tiraje descomunal. Es la demostración de que hay millones de lectores de textos en lengua castellana esperando, hambrientos, de este alimento”.