domingo, 11 de mayo de 2014

Otro round con el Cronopio.

Camino por las calles de Buenos Aires. El viento me da en la cara, me aprieto la bufanda que delata mi procedencia de otras latitudes, porque el porteño aún camina elegante y ligero en el frescor del otoño. Los cafés, los nombres de las avenidas y las calles pequeñas me remontan a un mundo de recuerdos, alusiones musicales, literarias, plásticas, cinematográficas que a duras penas logro controlar en la feliz vorágine de formar parte de ese mundo, aunque sea por un rato. No lo digo pero, pienso que en cualquier momento veré a algunos de los maestros leídos y admirados durante largas noches de lecturas, tardes lánguidas, madrugadas de desvelo.

Y Cortázar, tan cronopialmente Cortázar, me asalta en la Feria del Libro. Mi temor de encontrármelo no era infundado. Y recuerdo este texto escrito diez años antes.




Cortázar en sus noventa.


Cortázar no fue siempre Julio. Primero fue Julio Florencio, nacido en Bruselas el 26 de agosto de 1914 bajo el signo de Virgo, con Mercurio como planeta regente; en correspondencia debió ser el gris su color favorito, pero siempre prefirió el verde.
Su nacimiento fue fruto, como le gustaba decir, del turismo y la diplomacia, pues su padre fue a trabajar, recién casado, a una misión comercial cerca de la embajada argentina en Bruselas. En aquellos días los alemanes ocupaban la ciudad y, pronto a cumplir los cuatro años la familia decide regresar a la Argentina. Se instalaron en Banfield, pueblo de las inmediaciones de Buenos Aires. Allí transcurriría su infancia, rodeado de animales, y acosado por “...una sensibilidad excesiva, una tristeza frecuente, asma, brazos rotos, primeros amores desesperados”.
Creció entre mujeres y desde entonces, ya aficionado a la magia de las palabras, se divertía escuchando las conversaciones de su madre, su tía y hermana, para adivinar cuándo intercalarían un lugar común, una frase hecha; otras veces estas conversaciones le sugerían palindromos o anagramas que escribía en el aire o en las paredes. A diferencia de sus amigos, el niño Cortázar prefería la literatura fantástica a las novelas de “cowboys”, por eso achacaba a Julio Verne su deseo de ser marinero cuando contaba solo diez años.
No son muchas las noticias que quedan de aquellos primeros años pero, los que lo conocieron recuerdan un niño disciplinado y estudioso que prefería leer a jugar. Dicen que escribió su primera novela a los nueve años. La vieja escuela primaria de Banfield guarda una planilla de calificaciones donde hay 10 y 9 en casi todo para Cortázar y sostiene en sus paredes una placa que reza: “A Julio Cortázar, promoción 1928. Gloria de las Letras Latinoamericanas. 23/8/1963”.

JULIO LARGÁZAR DE MENDOZA
En su primera juventud Cortázar todavía era el joven endógeno, el viajero interior, el aspirante a escritor. No había recibido aún el “llamado” que desataría la inagotable furia creadora que sobrevendría. En su paso por Bolívar dejó el recuerdo de los encuentros vespertinos en casa de su compañera de estudios Marcela Duprat, donde estudiaban inglés y hablaban largo sobre pintura y poesía y la publicación, en 1937 bajo el seudónimo Julio Denis, de Presencia. Luego, Chivilcoy y Mendoza.
A Mendoza llegó en 1944 y, en una graciosa trampa del destino, al amante de los juegos de palabras sus compañeros lo rebautizarían con el nombre de Largázar. Allí, en poco más de año y medio, su personalidad y dotes creativas dejarían  una profunda huella. Apenas llegado le ofrecieron las cátedras de Literatura Europea Septentrional y Literatura Francesa I y II en la Universidad Nacional de Cuyo. Los que lo conocieron recuerdan las magníficas clases de Literatura inglesa y francesa, las cuales acompañaba el joven profesor con excelentes lecturas, dado el dominio que tenía de ambas lenguas. También escribió intensamente, como lo demuestran las colaboraciones en revistas de la región y textos aparecidos en sus libros posteriores, firmados en aquellos días.
También el cultivo de la amistad del grabador Sergio Sergi y el pintor Abraham Vigo ocupó los días mendocinos de Cortázar, junto a otras actividades extraliterarias como su participación en la toma de la Universidad, hecho que le costó ser encarcelado. Eran los días del gobierno de Perón. En Chivilcoy el joven maestro había sido acusado de comunista, trotkista y ateo; en Mendoza también conocería las acusaciones pero ahora, de nazi, rosista, fascista y falangista.
El 25 de junio de 1945 Cortázar renunció a sus responsabilidades en la Universidad e hizo las maletas rumbo a Buenos Aires.              
      
MI BUENOS AIRES QUERIDO
Una vez en la gran ciudad consiguió trabajo como gerente de la Cámara Argentina del Libro y comenzó un período de intensos estudios y exámenes para ejercer como traductor público.
En 1946 publica “Casa tomada” en Los Anales de Buenos Aires. El acontecimiento fue resultado de la primera de las dos ocasiones en que Jorge Luis Borges y Julio Cortázar se comunicaron. Borges dejó testimonio escrito de este encuentro en el texto “Fuera de la ética, la superficialidad”, publicado en el libro El joven Cortázar, de Nicolás Cócaro. Dice Borges: "Hacia 1944 yo era secretario de redacción de una revista casi secreta que dirigía la señora Sarah de Ortiz Basualdo. Una tarde, nos visitó un muchacho muy alto con un previsible manuscrito. No recuerdo su cara; la ceguera es cómplice del olvido. Me dijo que traía un cuento fantástico y solicitó mi opinión. Le pedí que volviera a los diez días. Antes del plazo señalado, volvió. Le dije que tenía dos noticias. Una, que el manuscrito estaba en la imprenta; otra, que lo ilustraría mi hermana Norah, a quien le había gustado mucho. El cuento, ahora justamente famoso, era el que se titula, ‘Casa tomada’. Años después, en París, Julio Cortázar me recordó ese antiguo episodio y me confió que era la primera vez que veía un texto suyo en letras de molde. Esa circunstancia me honra."
En esos años bonaerenses publicó, también en Los Anales de Buenos Aires, el cuento “Bestiario” (1947); en 1949, el poema dramático “Los reyes” y, Bestiario (cuentos) en 1951.
 
EL VIAJE 
En la vida de Julio Cortázar, 1951 sería el año bisagra. Con sus conocimientos de inglés y francés, su gusto por el tango y el jazz, algunas notas en el piano, un libro de cuentos publicado, innumerables lecturas, un manojo de ilusiones y treinta y seis años cumplidos viaja a París. Ya no habría retorno. Una beca del gobierno francés fue el boleto para que Julio Florencio, Julio Denis, se transformara definitivamente en Julio Cortázar.

PARÍS
En París comienza a trabajar como empaquetador en una tienda hasta que más tarde consigue trabajar como traductor en la UNESCO. Trabajo fatigoso, según él mismo y quienes lo conocieron. No obstante, en una ejemplar demostración de vocación y voluntad, Julio trabaja, escribe y alimenta su relación de amor con París. A veces pasaba semanas enteras sin escribir nada, absorbido completamente por la traducción. Luego, entre contrato y contrato, el respiro, el tiempo para su literatura. En ocasiones, mientras trabajaba en la sala de traducciones, intercalaba una hoja en blanco en la máquina de escribir y comenzaba un cuento o borroneaba un poema. De estas circunstancias nacerían algunas de sus concepciones literarias, como “la poesía permutante” que practica en “Último Round”, según su propia respuesta a Evelyn Picon Garfield en la conocida entrevista “Cortázar por Cortázar”: "Surgió del aburrimiento que me produce la UNESCO [...] A veces los documentos son tan plúmbeos que entre revisión y revisión de un informe técnico o un discurso de un delegado de Nicaragua, me divierto en hacer ejercicios poéticos. No son poemas como escribiría solo en mi casa y por motivos más profundos. Son siempre tentativas para ver qué se puede hacer con la lengua, cómo se puede manipular el idioma, pero no gratuitamente, persiguiendo un sentimiento o una idea o una intuición".
La ciudad luz le sugirió un método para conocerla mejor; al azar marcaba un punto en el mapa, después iba con alguno de sus amigos hasta la estación del metro más cercana al punto y desde ahí comenzaban a recorrer los alrededores para conocer bien el barrio. Fue en uno de esos recorridos que reencontró a la Maga.

LA MAGA
La mujer que inspiró el personaje de la Maga se llama Edith, nació en el Sarre, hija de judíos alemanes. Antes de la Segunda Guerra Mundial su madre la llevó a la Argentina donde unió el español a los conocimientos de alemán, inglés y francés que ya tenía.
Conoció a Cortázar a bordo del Conte Biancamano, el barco que los llevaría a ambos del verano de Buenos Aires al invierno parisino, aquel 6 de enero de 1950, poco antes de que el futuro autor de Rayuela emprendiera su viaje sin retorno. "Me llamó la atención ese joven alto y delgado que tocaba el piano en el salón de tercera clase", le cuenta Edith a la periodista argentina María Esther Vázquez. No obstante, haberse mirado en la trayectoria, no se presentaron. El encuentro vendría más tarde, en uno de los paseos parisinos en que Julio tentaba al azar.
Fue una tarde; ella hurgaba en una librería del bulevar Saint Germain y él estaba en la calle, del otro lado de la vidriera. Coincidieron por segunda vez en un cine; la tercera, tropezaron en el Jardín de Luxemburgo. Esa vez entraron en un Café y conversaron durante horas. Se hicieron amigos.
Al mes Cortázar regresó a Buenos Aires. Desde allí le escribió a la Maga cuando supo que regresaría a París con una beca: Querida Edith: "No sé si se acuerda del flaco, feo y aburrido compañero que usted aceptó para pasear muchas veces por París, para ir a escuchar Bach a la Sala del Conservatorio (...) para ver un eclipse de luna en el parvis de Notre Dame, para botar al Sena un barquito de papel, para prestarle un pulóver verde (que todavía guarda su perfume, aunque los sentidos no lo perciban). Yo soy otra vez ese, el hombre que le dijo, al despedirse de usted delante del Flore, que volvería a París en dos años. Voy a volver antes, estaré allí en noviembre (...) Pienso en el gusto de volverla a encontrar, y al mismo tiempo tengo un poco de miedo de que usted esté ya muy cambiada, (...) de que no le divierta la posibilidad de verme. (...) Por eso le pido desde ahora y se lo pido por escrito porque me es más fácil (...) que si usted está ya en orden satisfactorio de cosas, si no necesita este pedazo de pasado que soy yo, me lo diga sin rodeos. (...) Me gustaría que siga siendo brusca, complicada, irónica, entusiasta, y que un día pueda yo prestarle otro pulóver..."     
Románticocortázar, melancolicocortázar ¡Qué magicacarta para la Maga! Cortázar y Edith continuarán escribiéndose hasta la muerte de este. A nosotros nos quedaron Rayuela, la Maga, Rocamadour y el misterio por develar de la fascinante alquimia que elevó a Edith a la categoría de personaje literario.

LOS LIBROS
En los años iniciales de la vida en París aparecen algunos cuentos sueltos como los conocidos “Axolotl” (1952) y “Torito” (1954) pero ya Cortázar había sedimentado conocimientos y experiencia suficientes para entrar en un período de madurez creativa que lo llevaría a desatar su sólida vocación de escritor. En 1956 publica el volumen de cuentos Final del juego y traduce la obra en prosa de Edgar Allan Poe. En 1958 aparece Las armas secretas (cuentos), en 1959, su primera novela, Los Premios. De 1962 son Historias de cronopios y famas y Algunos aspectos del cuento. En 1963 publica Rayuela, con gran éxito de público y crítica que haría indiscutible el prestigio internacional que ya lo acompañaba. El éxito de Rayuela fue tal que, pronto comenzaron a aparecer los epígonos y las inevitables “Rayuelitas”, como las llamaba él, con humor y cierta preocupación.
Todos los fuegos el fuego aparece en 1966 y, en  1967, el renovador volumen de ensayos, relatos y poemas, La vuelta al día en 80 mundos. Buenos Aires, Buenos Aires y 62, modelo para armar, son de 1968. Último round (1969), el poemario Pameos y Meopas (1971); Prosa del observatorio es de 1972. En 1973 publica la novela Libro de Manuel; Octaedro aparece en 1974; en 1975, Fantomas contra los vampiros multinacionales  y Silvalandia. Les suceden Alguien que anda por ahí (1977), Un tal Lucas (1979), Queremos tanto a Glenda (1980) y Deshoras, (1982). En 1983 publica Los autonautas de la cosmopista, libro que había escrito, a dos manos, con su tercera esposa, Carol Dunlop e ilustrado por Stephane Herber, hijo de Carol, otro ejemplo del espíritu innovador de Cortázar, de su aversión a los encasillamientos; Los autonautas... resultó de un viaje en auto París-Marsella, en el cual Carol y Julio se detenían a razón de dos paradas diarias mientras escribían la crónica del viaje a la manera de los viajeros antiguos.  
Luego vendrían Nicaragua tan violentamente dulce y Negro el diez, libro de poemas inspirado en las fotografías de diez cuadros de arte cinético de su amigo Luis Tomasello. Cuenta Tomasello que Cortázar escribió los poemas en el hospital. Había colgado las fotos en las paredes, entró el médico y le preguntó asombrado: 
"—Señor Cortázar, ¿qué hace con todas esas radiografías?". Sería el último libro, en vida.
Obra extensa, enriquecida por los artículos, prólogos, la crítica ocasional pero profunda y cargada de originalidad. El legado cortazariano aún está por explorarse del todo, pero quedan la noción de lo fantástico, el extraordinario dominio del cuento, la constante lúdica, la lucha a muerte con el lenguaje, las formas y los géneros, con la tradición (de ahí que fuera un constante generador de poéticas); la actitud iconoclasta frente a los paradigmas, a lo que él llamaba “la Gran Costumbre”, de ahí que salieran de su pluma las invenciones alucinantes de Historias de cronopios y de famas, el lenguaje “glíglico” o la desconcertante estructura de Rayuela

EL BOOM
Con el triunfo de la Revolución Cubana en 1959, el mundo, y Europa de una manera muy especial, pusieron los ojos sobre la América Latina. Fue una especie de segundo descubrimiento. Descubrieron que podíamos cambiar la historia, que podíamos pensar, que teníamos una rica y compleja tradición cultural. Comenzaban los 60 y Latinoamérica adquiría carta de ciudadanía universal. Muchos de nuestros escritores comenzaron a ser publicados, entrevistados, conocidos. Era el momento del llamado boom de la nueva narrativa latinoamericana.
Hoy conocemos mejor la dinámica de las cadenas de suma o exclusión que se tejieron en torno al boom y que llevaron, por ejemplo, a Donoso a escribir su Historia personal del boom. No obstante, cualquiera que fueran las hinchazones o desinfles de las listas de los “agraciados”, Cortázar, con su enorme cultura, su humanismo americano y su bien ganado prestigio de escritor, fue identificado, desde el inicio, con el signo de los nuevos tiempos y respetado por todos. Al respecto dice el escritor colombiano Dasso Saldívar: "Carlos Fuentes confesó en alguna ocasión que todos los días, al despertarse, piensa en su amigo Julio Cortázar, lo cual es una prueba máxima de la admiración y el afecto que le tenía. Vargas Llosa escribió en alguna de sus columnas de Piedra de Toque que el escritor argentino fue, a pesar de las divergencias ideológicas, uno de sus mejores amigos y su modelo intelectual y personal durante muchos años. García Márquez, por su parte, admitió que el autor de Rayuela es el ser humano más impresionante que ha tenido la suerte de conocer, y celebró el grato privilegio de ser su amigo. Y así, si hiciéramos una encuesta entre todos los que fueron amigos de Cortázar, grandes y pequeños, famosos o simples ciudadanos de a pie, creo que la mayoría señalaría el hecho de haberlo conocido y tratado como uno de los grandes dones de sus vidas."
Pero más allá de su indiscutido prestigio literario, Cortázar irradiaba una honestidad y honradez a toda prueba, virtudes que, por supuesto, no eran ajenas al reconocimiento, afecto y respeto que le tributaban sus contemporáneos.
Ya había dado prueba de ello en la Argentina, cuando publicó en 1949 un comentario crítico sobre la novela Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal. Fue, entonces, el único escritor argentino capaz de quebrar una lanza en favor de la obra de su compatriota. Sobre este episodio le cuenta a Evelyn Picon Garfield: "...nadie en la Argentina, en ese momento por la circunstancia política, nadie tuvo por un lado la intuición y por otro la honradez, la decencia de aceptar que Adán Buenosayres era una revelación para la literatura argentina. Como en ese momento todos los intelectuales éramos prácticamente antiperonistas y Marechal era uno de los pocos peronistas, cuando salió Adán Buenosayres nadie dijo nada o dijeron las peores cosas posibles. Yo leí el libro y me deslumbró en muchos sentidos, y me pareció que en ese momento el juego político no tenía nada que ver con el libro y con la importancia, la gravitación que ese libro tenía para nosotros y que se ha visto a lo largo de veinte años."
Años más tarde, ya en pleno apogeo del boom, cuando muchos escritores, editoriales y medios publicitarios privilegiaban al “cogollito”, como lo llama Donoso, Cortázar hablaba o escribía con admiración y respeto de Felisberto Hernández, de Arlt, Onetti, Rulfo, Carpentier, Lezama o Roa Bastos, entre mucho otros.
Si hubo disenso alguna vez, si hubo críticas en torno a su actitud fue por su apoyo a la Revolución Cubana y la nicaragüense después. Fue su amigo Luis Tomasello quien ofreció una respuesta muy atinada al respecto cuando se le mencionó el comentario de Vargas Llosa en el prólogo a las Obras completas de Cortázar, de que este había cambiado mucho, que en los últimos años le parecía un desconocido: "—Yo creo que la gente como Julio evoluciona. Se inclina hacia algo más profundo, pero creo que lo que dice Vargas Llosa es un problema político, más que nada, porque Julio se inclinó completamente a la izquierda y Vargas Llosa bien a la derecha, así que es lógico que para él haya cambiado, pero yo creo que es un problema de él y no de Julio." 

CUBA Y SU REVOLUCIÓN
En 1963 Julio Cortázar visitó Cuba para formar parte del jurado del Premio literario Casa de las Américas. Había estado un año antes en apoyo a la Revolución. Era el comienzo de una relación entrañable que ya no tendría fin. El cronopio mayor se enamoró de la Isla, de sus habitantes, de su proceso revolucionario. Fueron años de cultivar amigos, de trabajar incesantemente consiguiendo libros, distribuyendo correspondencia, proponiendo colaboraciones para la revista Casa de las Américas, de cuyo Comité de Colaboración era parte. Años de ofrecer generosamente los espacios públicos abiertos con su prestigio para exponer y defender los valores de Cuba y su Revolución.
La relación con Cuba fue para Cortázar un torbellino que sacudió su estatura intelectual: "La Revolución Cubana modificó mi visión de la realidad latinoamericana. Yo era un hombre indiferente a la Historia, tanto de Latinoamérica como del resto del mundo. Me interesaban la estética y la literatura por encima de todo. Rayuela, por ejemplo, que está escrita antes de mi primer viaje a Cuba es un libro que podríamos calificar, con una cierta pedantería, de metafísico (por los problemas que se plantea sobre el destino del hombre y sobre el misterio de la realidad). Pero luego viene para mí la Revolución Cubana: de golpe comprendo que hay un destino latinoamericano en juego, y que un escritor o cualquier hombre libre, honesto, tiene un papel que desempeñar en ese destino. Ya no es posible refugiarse en la torre de marfil de la literatura pura, el cine puro, la pintura pura. Hay que estar ligado de alguna manera al destino de nuestros pueblos." 
Como todas las relaciones intensas, la de Julio con Cuba estuvo signada, también, por momentos difíciles. El episodio más arduo fue, sin duda, el vivido alrededor del llamado “caso Padilla”. En lo que a Cortázar respecta, el asunto terminó con la publicación de “Policrítica a la hora de los Chacales”, texto en el que resume su sentir, después de vivir la incertidumbre, la polémica, la censura, la calumnia, como consecuencia de la actitud mantenida frente a aquel suceso: "De qué sirve escribir la buena prosa, / de qué vale que exponga razones y argumentos/ si los chacales velan, la manada se tira contra el verbo,/ lo mutilan, le sacan lo que quieren, dejan de lado el resto,/ vuelven lo blanco negro, el signo más se cambia en signo menos,/ los chacales son sabios con los télex,/ son las tijeras de la infamia y del malentendido,/ manada universal, blancos, negros, albinos,/ lacayos si no firman y todavía más chacales cuando firman,/ de qué sirve escribir midiendo cada frase,/ de qué sirve pesar cada acción, cada gesto que expliquen la conducta/ si al otro día los periódicos, los consejeros, las agencias,/ los policías disfrazados,/ los asesores del gorila, los abogados de los truts/ se encargarán de la versión más adecuada para consumo de inocentes o de crápulas..."  
“La Policrítica” fue enviada por Cortázar a Haydée Santamaría antecedida por una pequeña carta, de mayo de 1971, en la cual decía: "En la medida de lo humano, dispongo ahora de todos los elementos de juicio para hacerme una idea precisa del episodio que se ha dado en llamar “el caso Padilla” y sus repercusiones.
Puedo, pues, decir mi palabra, individualmente, sin concederle valor que el de sinceridad y la solidaridad. Quiero que usted la conozca directamente. No es una carta, ni un ensayo, ni un documento político bien razonado; es lo que nace de mí en una hora muy amarga pero en la que hay, sin embargo, una plena confianza en muchas cosas, y sobre todo en la Revolución [...]."
Esa fidelidad a Cuba —fidelidad, en primer lugar, a sí mismo— le valió censuras y duros juicios por parte de ciertos sectores de la comunidad intelectual internacional. A propósito de ello, Borges, de quien habíamos adelantado una anécdota con el autor de Rayuela, puso algo de su cosecha en lo que sería su segundo y último contacto con este, en vida de ambos. Es Cortázar quien la da conocer, en carta de octubre de 1968, a Roberto Fernández Retamar: “Borges pronunció una conferencia en Córdoba sobre literatura contemporánea en la América Latina. Habló de mí como un gran escritor”. Cuando leí la noticia en los diarios, me alegré más que nunca del homenaje que le rendí en La vuelta al día... Porque yo, aunque él esté más que ciego ante la realidad del mundo, seguiré teniendo a distancia esa relación amistosa que consuela de tantas tristezas. Me temo que esa posición no sería entendida por los que cada vez pretenden más que el escritor sea como un paralelepípido macizo que solo puede ajustarse a otro paralelepípido. No sirvo para hacer paredes, me gusta más echarlas abajo”. Aún así, como anuncia el final de este fragmento, Cortázar no fue un amigo dogmático, sin matices; todo lo contrario. Siempre manifestó su opinión crítica, discrepó cuando lo creyó necesario. Son conocidas sus opiniones de entonces contra “el machismo latinoamericano” y sus consecuencias para la construcción de la nueva sociedad —como la homofobia—, y opiniones de diversa índole, como ejemplifica el siguiente fragmento de carta enviada a su amigo Fernández Retamar en diciembre de 1969: “Alguna vez hablaremos tú y yo sobre ese traumatismo que se nota en algunos intelectuales y políticos cubanos frente a los “compañeros de ruta” situados en el extranjero; una vez más creo que lo que tú dices en algún momento es muy justo (esos argentinos que conocí en La Habana y que se pasaban el día explicándoles a ustedes cómo había que hacer o defender la Revolución...), por otra parte creo que tú y otros compañeros tienen ahora la tendencia a meternos a todos en la misma bolsa, a insistir demasiado en eso de que vivimos en nuestras Arcadas y que desde allí vociferamos, etcétera; no es demasiado justo, sabes, y a veces me lleva incluso a ser injusto yo mismo y a preguntarme si entre ustedes ese punto de vista no es, de alguna manera, una forma demasiado cómoda de hacerse una buena conciencia. No lo creo en tu caso o en el de cualquiera,  de mis amigos, pero sí en otros que sacan demasiado el pecho cubano cuando, quizá, no siempre lo sacaron a la hora en que las papas quemaban”.
No obstante, ver la relación de Julio con Cuba bajo el prisma de una dinámica de adhesiones y críticas, sería reducirla al esquema común de aquellos años signado por el discurso de la Guerra Fría trasladado al terreno cultural. Aquella fue una relación única, personalísima, cronopial, marcada por la alegría de la verdadera amistad y los afectos reales: “Mi querido Roberto: Recibí muy rápidamente tu carta del 13, y ayer, para mi enorme alegría, el ejemplar de Rayuela tan cariñosamente dedicado y firmado por Lezama, Mariano y tú mismo —con un espléndido ¡COÑO! que ocupa gran parte del antilomo de ese antilibro”.
EL CHE
La primera incursión en el tema político, o ideológico, desde el terreno de la ficción, la acomete el cronopio mayor en el cuento “Reunión”, incluido en Todos los fuegos el fuego, de 1964.
El cuento es narrado en primera persona por el Che. No hay ninguna alusión directa a que así sea, salvo el exordio, un fragmento de “La sierra y el llano”, firmado por Ernesto Guevara, y un brevísimo diálogo hacia el final, en que Luis —personaje que a todas luces encarna a Fidel— dice: “—Así que llegaste, che —dijo Luis. Naturalmente, decía ‘che’ muy mal”. Cortázar prefiere sugerir para que sea el lector quien dé los tintes reales a la historia. El narrador cuenta las peripecias de una travesía azarosa, un desembarco en zona pantanosa, abundante en mangles, donde los esperaba la aviación para ametrallarlos y, si lograban pasar la zona de los “pastizales”, cruzarían la carretera en busca de las “colinas”; todo narrado bajo el jadeo de un asma constante. Al final, los sobrevivientes logran “reunirse” en una de aquellas colinas.
“(...) Ese cuento que se llama “Reunión”, cuyo personaje es el Che Guevara, es un cuento que yo jamás habría escrito si me hubiera quedado en Buenos Aires ni en mis primeros años de París, porque no me hubiera parecido un tema, no hubiera tenido ningún interés para mí. En cambio, en ese momento, el tema de ese relato me resulta absolutamente apasionante, porque yo traté de meter ahí, en esas veinte páginas, toda la esencia, todo el motor, todo el impulso revolucionario que llevó a los barbudos al triunfo.”  
Años más tarde, en 1967, al saberse la noticia de la muerte del Che, Cortázar le escribe a Fernández Retamar: “[...] el Che ha muerto y a mí no me queda más que silencio, hasta quién sabe cuándo [...] Y para ti también es esto, lo único que fui capaz de hacer en esas primera horas, esto que nació como un poema y que quiero que tengas y que guardes para que estemos más juntos. 


Che
Yo tuve un hermano
No nos vimos nunca
pero no importaba.
Yo tuve un hermano
que iba por los montes
mientras yo dormía.
Lo quise a mi modo
le tomé la voz
libre como el agua,
caminé de a ratos
cerca de su sombra.
No nos vimos nunca
pero no importaba,
mi hermano despierto
mientras yo dormía,
mi hermano mostrándome
detrás de la noche
su estrella elegida. 
¿Hasta dónde habrá calado el ejemplo de su coterráneo? ¿En qué recóndito eslabón del ideario cortazariano se habrá engarzado la dimensión mítica del Guerrillero Heroico? ¿Habrá imaginado un destino de iguales proporciones humanistas? ¿Se sabía Julio Cortázar un guerrillero de la palabra? Su apoyo a la causa de Cuba y de la revolución sandinista luego, nos dicen bastante. Lo demás habrá que imaginarlo, como en sus mejores historias.

CORTÁZAR SIEMPRE
Julio Cortázar está cumpliendo sus primeros noventa años, y ha querido el azar travieso, en el que él creía, que vengan cuando cumple sus veinte años de haberse ido a “mirar las flores del lado de las raíces”.
Su presencia continúa creciendo y los jóvenes se han encargado de que así sea. Una encuesta realizada este año por el Centro de Investigaciones Literarias de la Casa de las Américas a un nutrido grupo de escritores cubanos, lo señaló como el escritor latinoamericano preferido por los cubanos. En Argentina, varias encuestas aplicadas en escuelas, destacan cómo el autor de Rayuela ha desplazado en las preferencias de los jóvenes a Stephen King, el autor promovido por los grandes medios. Los motivos son diversos, desde “lo leo porque mi mamá es fanática”, “tiene connotaciones de rebeldía, de revolución”, “me copan las metáforas porque me hacen acordar a las metáforas de los Redondos”, “es como los Beatles”, hasta la opinión de una profesora de literatura que afirma “los chicos se copan con Cortázar porque se cagan en la realidad”.
Lo cierto es que siguen con nosotros su inmejorable ejemplo como ser humano, su honradez a toda prueba, la fidelidad a sí mismo que lo hizo rehuir cualquier pose demagógica, su cara de niño grande, su inagotable capacidad de asombro, su espíritu voraz e innovador que nos dejó excelentes traducciones de Chesterton, Poe, Daniel Defoe, Gide o Marguerite Yourcenar; espíritu que lo llevó a explorar nuevos terrenos literarios y artísticos, como manera de inventarse una realidad. Y lo logró en su pugna con el lenguaje, con las estructuras, que dio como resultado un nuevo lenguaje, una original concepción de lo fantástico y novedosas estructuras en el cuento y la novela.
Pronto llegará su centenario. Mientras esperamos, nos deja el jazz, el boxeo, el inagotable amor a la vida y a los vivos y una de las mayores obras en prosa española del siglo XX. La suya.