Y Cortázar, tan cronopialmente Cortázar, me asalta en la Feria del Libro. Mi temor de encontrármelo no era infundado. Y recuerdo este texto escrito diez años antes.
Cortázar en sus noventa.
Cortázar no fue siempre Julio. Primero fue Julio Florencio, nacido en Bruselas el 26 de agosto de 1914 bajo el signo de Virgo, con Mercurio como planeta regente; en correspondencia debió ser el gris su color favorito, pero siempre prefirió el verde.
Su nacimiento fue
fruto, como le gustaba decir, del turismo y la
diplomacia, pues su padre fue a trabajar, recién casado,
a una misión comercial cerca de la embajada argentina en
Bruselas. En aquellos días los alemanes ocupaban la
ciudad y, pronto a cumplir los cuatro años la familia
decide regresar a la Argentina. Se instalaron en
Banfield, pueblo de las inmediaciones de Buenos Aires.
Allí transcurriría su infancia, rodeado de animales, y
acosado por “...una sensibilidad excesiva, una tristeza
frecuente, asma, brazos rotos, primeros amores
desesperados”.
Creció entre mujeres
y desde entonces, ya aficionado a la magia de las
palabras, se divertía escuchando las conversaciones de
su madre, su tía y hermana, para adivinar cuándo
intercalarían un lugar común, una frase hecha; otras
veces estas conversaciones le sugerían palindromos o
anagramas que escribía en el aire o en las paredes. A
diferencia de sus amigos, el niño Cortázar prefería la
literatura fantástica a las novelas de “cowboys”, por
eso achacaba a Julio Verne su deseo de ser marinero
cuando contaba solo diez años.
No son muchas las
noticias que quedan de aquellos primeros años pero, los
que lo conocieron recuerdan un niño disciplinado y
estudioso que prefería leer a jugar. Dicen que escribió
su primera novela a los nueve años. La vieja escuela
primaria de Banfield guarda una planilla de
calificaciones donde hay 10 y 9 en casi todo para
Cortázar y sostiene en sus paredes una placa que reza:
“A Julio Cortázar, promoción 1928. Gloria de las Letras
Latinoamericanas. 23/8/1963”.
JULIO LARGÁZAR DE
MENDOZA
En su primera
juventud Cortázar todavía era el joven endógeno, el
viajero interior, el aspirante a escritor. No había
recibido aún el “llamado” que desataría la inagotable
furia creadora que sobrevendría. En su paso por Bolívar
dejó el recuerdo de los encuentros vespertinos en casa
de su compañera de estudios Marcela Duprat, donde
estudiaban inglés y hablaban largo sobre pintura y
poesía y la publicación, en 1937 bajo el seudónimo Julio
Denis, de Presencia. Luego, Chivilcoy y Mendoza.
A Mendoza llegó en
1944 y, en una graciosa trampa del destino, al amante de
los juegos de palabras sus compañeros lo rebautizarían
con el nombre de Largázar. Allí, en poco más de año y
medio, su personalidad y dotes creativas dejarían una
profunda huella. Apenas llegado le ofrecieron las
cátedras de Literatura Europea Septentrional y
Literatura Francesa I y II en la Universidad Nacional de
Cuyo. Los que lo conocieron recuerdan las magníficas
clases de Literatura inglesa y francesa, las cuales
acompañaba el joven profesor con excelentes lecturas,
dado el dominio que tenía de ambas lenguas. También
escribió intensamente, como lo demuestran las
colaboraciones en revistas de la región y textos
aparecidos en sus libros posteriores, firmados en
aquellos días.
También el cultivo de
la amistad del grabador Sergio Sergi y el pintor Abraham
Vigo ocupó los días mendocinos de Cortázar, junto a
otras actividades extraliterarias como su participación
en la toma de la Universidad, hecho que le costó ser
encarcelado. Eran los días del gobierno de Perón. En
Chivilcoy el joven maestro había sido acusado de
comunista, trotkista y ateo; en Mendoza también
conocería las acusaciones pero ahora, de nazi, rosista,
fascista y falangista.
El 25 de junio de
1945 Cortázar renunció a sus responsabilidades en la
Universidad e hizo las maletas rumbo a Buenos
Aires.
MI BUENOS AIRES
QUERIDO
Una vez en la gran
ciudad consiguió trabajo como gerente de la Cámara
Argentina del Libro y comenzó un período de intensos
estudios y exámenes para ejercer como traductor público.
En 1946 publica “Casa
tomada” en Los Anales de Buenos Aires. El
acontecimiento fue resultado de la primera de las dos
ocasiones en que Jorge Luis Borges y Julio Cortázar se
comunicaron. Borges dejó testimonio escrito de este
encuentro en el texto “Fuera de la ética, la
superficialidad”, publicado en el libro El joven
Cortázar, de Nicolás Cócaro. Dice Borges: "Hacia
1944 yo era secretario de redacción de una revista casi
secreta que dirigía la señora Sarah de Ortiz Basualdo.
Una tarde, nos visitó un muchacho muy alto con un
previsible manuscrito. No recuerdo su cara; la ceguera
es cómplice del olvido. Me dijo que traía un cuento
fantástico y solicitó mi opinión. Le pedí que volviera a
los diez días. Antes del plazo señalado, volvió. Le dije
que tenía dos noticias. Una, que el manuscrito estaba en
la imprenta; otra, que lo ilustraría mi hermana Norah, a
quien le había gustado mucho. El cuento, ahora
justamente famoso, era el que se titula, ‘Casa tomada’.
Años después, en París, Julio Cortázar me recordó ese
antiguo episodio y me confió que era la primera vez que
veía un texto suyo en letras de molde. Esa circunstancia
me honra."
En esos años
bonaerenses publicó, también en Los Anales de Buenos
Aires, el cuento “Bestiario” (1947); en 1949, el poema
dramático “Los reyes” y, Bestiario (cuentos) en
1951.
EL VIAJE
En la vida de Julio
Cortázar, 1951 sería el año bisagra. Con sus
conocimientos de inglés y francés, su gusto por el tango
y el jazz, algunas notas en el piano, un libro de
cuentos publicado, innumerables lecturas, un manojo de
ilusiones y treinta y seis años cumplidos viaja a París.
Ya no habría retorno. Una beca del gobierno francés fue
el boleto para que Julio Florencio, Julio Denis, se
transformara definitivamente en Julio Cortázar.
PARÍS
En París comienza a
trabajar como empaquetador en una tienda hasta que más
tarde consigue trabajar como traductor en la UNESCO.
Trabajo fatigoso, según él mismo y quienes lo
conocieron. No obstante, en una ejemplar demostración de
vocación y voluntad, Julio trabaja, escribe y alimenta
su relación de amor con París. A veces pasaba semanas
enteras sin escribir nada, absorbido completamente por
la traducción. Luego, entre contrato y contrato, el
respiro, el tiempo para su literatura. En ocasiones,
mientras trabajaba en la sala de traducciones,
intercalaba una hoja en blanco en la máquina de escribir
y comenzaba un cuento o borroneaba un poema. De estas
circunstancias nacerían algunas de sus concepciones
literarias, como “la poesía permutante” que practica en
“Último Round”, según su propia respuesta a Evelyn Picon
Garfield en la conocida entrevista “Cortázar por
Cortázar”: "Surgió del aburrimiento que me produce la
UNESCO [...] A veces los documentos son tan plúmbeos que
entre revisión y revisión de un informe técnico o un
discurso de un delegado de Nicaragua, me divierto en
hacer ejercicios poéticos. No son poemas como escribiría
solo en mi casa y por motivos más profundos. Son siempre
tentativas para ver qué se puede hacer con la lengua,
cómo se puede manipular el idioma, pero no
gratuitamente, persiguiendo un sentimiento o una idea o
una intuición".
La ciudad luz le
sugirió un método para conocerla mejor; al azar marcaba
un punto en el mapa, después iba con alguno de sus
amigos hasta la estación del metro más cercana al punto
y desde ahí comenzaban a recorrer los alrededores para
conocer bien el barrio. Fue en uno de esos recorridos
que reencontró a la Maga.
LA MAGA
La mujer que inspiró
el personaje de la Maga se llama Edith, nació en el
Sarre, hija de judíos alemanes. Antes de la Segunda
Guerra Mundial su madre la llevó a la Argentina donde
unió el español a los conocimientos de alemán, inglés y
francés que ya tenía.
Conoció a Cortázar a
bordo del Conte Biancamano, el barco que los llevaría a
ambos del verano de Buenos Aires al invierno parisino,
aquel 6 de enero de 1950, poco antes de que el futuro
autor de Rayuela emprendiera su viaje sin
retorno. "Me llamó la atención ese joven alto y delgado
que tocaba el piano en el salón de tercera clase", le
cuenta Edith a la periodista argentina María Esther
Vázquez. No obstante, haberse mirado en la trayectoria,
no se presentaron. El encuentro vendría más tarde, en
uno de los paseos parisinos en que Julio tentaba al
azar.
Fue una tarde; ella
hurgaba en una librería del bulevar Saint Germain y él
estaba en la calle, del otro lado de la vidriera.
Coincidieron por segunda vez en un cine; la tercera,
tropezaron en el Jardín de Luxemburgo. Esa vez entraron
en un Café y conversaron durante horas. Se hicieron
amigos.
Al mes Cortázar
regresó a Buenos Aires. Desde allí le escribió a la Maga
cuando supo que regresaría a París con una beca: Querida
Edith: "No sé si se acuerda del flaco, feo y aburrido
compañero que usted aceptó para pasear muchas veces por
París, para ir a escuchar Bach a la Sala del
Conservatorio (...) para ver un eclipse de luna en el
parvis de Notre Dame, para botar al Sena un barquito de
papel, para prestarle un pulóver verde (que todavía
guarda su perfume, aunque los sentidos no lo perciban).
Yo soy otra vez ese, el hombre que le dijo, al
despedirse de usted delante del Flore, que volvería a
París en dos años. Voy a volver antes, estaré allí en
noviembre (...) Pienso en el gusto de volverla a
encontrar, y al mismo tiempo tengo un poco de miedo de
que usted esté ya muy cambiada, (...) de que no le
divierta la posibilidad de verme. (...) Por eso le pido
desde ahora y se lo pido por escrito porque me es más
fácil (...) que si usted está ya en orden satisfactorio
de cosas, si no necesita este pedazo de pasado que soy
yo, me lo diga sin rodeos. (...) Me gustaría que siga
siendo brusca, complicada, irónica, entusiasta, y que un
día pueda yo prestarle otro pulóver..."
Románticocortázar,
melancolicocortázar ¡Qué magicacarta para la Maga!
Cortázar y Edith continuarán escribiéndose hasta la
muerte de este. A nosotros nos quedaron Rayuela,
la Maga, Rocamadour y el misterio por develar de la
fascinante alquimia que elevó a Edith a la categoría de
personaje literario.
LOS LIBROS
En los años iniciales
de la vida en París aparecen algunos cuentos sueltos
como los conocidos “Axolotl” (1952) y “Torito” (1954)
pero ya Cortázar había sedimentado conocimientos y
experiencia suficientes para entrar en un período de
madurez creativa que lo llevaría a desatar su sólida
vocación de escritor. En 1956 publica el volumen de
cuentos Final del juego y traduce la obra en
prosa de Edgar Allan Poe. En 1958 aparece Las armas
secretas (cuentos), en 1959, su primera novela,
Los Premios. De 1962 son Historias de cronopios
y famas y Algunos aspectos del cuento. En
1963 publica Rayuela, con gran éxito de público y
crítica que haría indiscutible el prestigio
internacional que ya lo acompañaba. El éxito de
Rayuela fue tal que, pronto comenzaron a aparecer
los epígonos y las inevitables “Rayuelitas”, como las
llamaba él, con humor y cierta preocupación.
Todos los fuegos el
fuego
aparece en 1966 y, en 1967, el renovador volumen de
ensayos, relatos y poemas, La vuelta al día en 80
mundos. Buenos Aires, Buenos Aires y 62, modelo
para armar, son de 1968. Último round (1969),
el poemario Pameos y Meopas (1971); Prosa del
observatorio es de 1972. En 1973 publica la novela
Libro de Manuel; Octaedro aparece en 1974;
en 1975, Fantomas contra los vampiros multinacionales
y Silvalandia. Les suceden Alguien que
anda por ahí (1977), Un tal Lucas (1979),
Queremos tanto a Glenda (1980) y Deshoras,
(1982). En 1983 publica Los autonautas de la
cosmopista, libro que había escrito, a dos manos,
con su tercera esposa, Carol Dunlop e ilustrado por
Stephane Herber, hijo de Carol, otro ejemplo del
espíritu innovador de Cortázar, de su aversión a los
encasillamientos; Los autonautas... resultó de un
viaje en auto París-Marsella, en el cual Carol y Julio
se detenían a razón de dos paradas diarias mientras
escribían la crónica del viaje a la manera de los
viajeros antiguos.
Luego vendrían
Nicaragua tan violentamente dulce y Negro el diez,
libro de poemas inspirado en las fotografías de diez
cuadros de arte cinético de su amigo Luis Tomasello.
Cuenta Tomasello que Cortázar escribió los poemas en el
hospital. Había colgado las fotos en las paredes, entró
el médico y le preguntó asombrado:
"—Señor Cortázar,
¿qué hace con todas esas radiografías?". Sería el último
libro, en vida.
Obra extensa,
enriquecida por los artículos, prólogos, la crítica
ocasional pero profunda y cargada de originalidad. El
legado cortazariano aún está por explorarse del todo,
pero quedan la noción de lo fantástico, el
extraordinario dominio del cuento, la constante lúdica,
la lucha a muerte con el lenguaje, las formas y los
géneros, con la tradición (de ahí que fuera un constante
generador de poéticas); la actitud iconoclasta frente a
los paradigmas, a lo que él llamaba “la Gran Costumbre”,
de ahí que salieran de su pluma las invenciones
alucinantes de Historias de cronopios y de famas,
el lenguaje “glíglico” o la desconcertante estructura de
Rayuela.
EL BOOM
Con el triunfo de la
Revolución Cubana en 1959, el mundo, y Europa de una
manera muy especial, pusieron los ojos sobre la América
Latina. Fue una especie de segundo descubrimiento.
Descubrieron que podíamos cambiar la historia, que
podíamos pensar, que teníamos una rica y compleja
tradición cultural. Comenzaban los 60 y Latinoamérica
adquiría carta de ciudadanía universal. Muchos de
nuestros escritores comenzaron a ser publicados,
entrevistados, conocidos. Era el momento del llamado
boom de la nueva narrativa latinoamericana.
Hoy conocemos mejor
la dinámica de las cadenas de suma o exclusión que se
tejieron en torno al boom y que llevaron, por
ejemplo, a Donoso a escribir su Historia personal del
boom. No obstante, cualquiera que fueran las
hinchazones o desinfles de las listas de los
“agraciados”, Cortázar, con su enorme cultura, su
humanismo americano y su bien ganado prestigio de
escritor, fue identificado, desde el inicio, con el
signo de los nuevos tiempos y respetado por todos. Al
respecto dice el escritor colombiano Dasso Saldívar:
"Carlos Fuentes confesó en alguna ocasión que todos los
días, al despertarse, piensa en su amigo Julio Cortázar,
lo cual es una prueba máxima de la admiración y el
afecto que le tenía. Vargas Llosa escribió en alguna de
sus columnas de Piedra de Toque que el escritor
argentino fue, a pesar de las divergencias ideológicas,
uno de sus mejores amigos y su modelo intelectual y
personal durante muchos años. García Márquez, por su
parte, admitió que el autor de Rayuela es el ser
humano más impresionante que ha tenido la suerte de
conocer, y celebró el grato privilegio de ser su amigo.
Y así, si hiciéramos una encuesta entre todos los que
fueron amigos de Cortázar, grandes y pequeños, famosos o
simples ciudadanos de a pie, creo que la mayoría
señalaría el hecho de haberlo conocido y tratado como
uno de los grandes dones de sus vidas."
Pero más allá de su
indiscutido prestigio literario, Cortázar irradiaba una
honestidad y honradez a toda prueba, virtudes que, por
supuesto, no eran ajenas al reconocimiento, afecto y
respeto que le tributaban sus contemporáneos.
Ya había dado prueba
de ello en la Argentina, cuando publicó en 1949 un
comentario crítico sobre la novela Adán Buenosayres,
de Leopoldo Marechal. Fue, entonces, el único escritor
argentino capaz de quebrar una lanza en favor de la obra
de su compatriota. Sobre este episodio le cuenta a
Evelyn Picon Garfield: "...nadie en la Argentina, en ese
momento por la circunstancia política, nadie tuvo por un
lado la intuición y por otro la honradez, la decencia de
aceptar que Adán Buenosayres era una revelación
para la literatura argentina. Como en ese momento todos
los intelectuales éramos prácticamente antiperonistas y
Marechal era uno de los pocos peronistas, cuando salió
Adán Buenosayres nadie dijo nada o dijeron las
peores cosas posibles. Yo leí el libro y me deslumbró en
muchos sentidos, y me pareció que en ese momento el
juego político no tenía nada que ver con el libro y con
la importancia, la gravitación que ese libro tenía para
nosotros y que se ha visto a lo largo de veinte años."
Años más tarde, ya en
pleno apogeo del boom, cuando muchos escritores,
editoriales y medios publicitarios privilegiaban al
“cogollito”, como lo llama Donoso, Cortázar hablaba o
escribía con admiración y respeto de Felisberto
Hernández, de Arlt, Onetti, Rulfo, Carpentier, Lezama o
Roa Bastos, entre mucho otros.
Si hubo disenso
alguna vez, si hubo críticas en torno a su actitud fue
por su apoyo a la Revolución Cubana y la nicaragüense
después. Fue su amigo Luis Tomasello quien ofreció una
respuesta muy atinada al respecto cuando se le mencionó
el comentario de Vargas Llosa en el prólogo a las
Obras completas de Cortázar, de que este había
cambiado mucho, que en los últimos años le parecía un
desconocido: "—Yo creo que la gente como Julio
evoluciona. Se inclina hacia algo más profundo, pero
creo que lo que dice Vargas Llosa es un problema
político, más que nada, porque Julio se inclinó
completamente a la izquierda y Vargas Llosa bien a la
derecha, así que es lógico que para él haya cambiado,
pero yo creo que es un problema de él y no de Julio."
CUBA Y SU REVOLUCIÓN
En 1963 Julio
Cortázar visitó Cuba para formar parte del jurado del
Premio literario Casa de las Américas. Había estado un
año antes en apoyo a la Revolución. Era el comienzo de
una relación entrañable que ya no tendría fin. El
cronopio mayor se enamoró de la Isla, de sus habitantes,
de su proceso revolucionario. Fueron años de cultivar
amigos, de trabajar incesantemente consiguiendo libros,
distribuyendo correspondencia, proponiendo
colaboraciones para la revista Casa de las Américas, de
cuyo Comité de Colaboración era parte. Años de ofrecer
generosamente los espacios públicos abiertos con su
prestigio para exponer y defender los valores de Cuba y
su Revolución.
La relación con Cuba
fue para Cortázar un torbellino que sacudió su estatura
intelectual: "La Revolución Cubana modificó mi visión de
la realidad latinoamericana. Yo era un hombre
indiferente a la Historia, tanto de Latinoamérica como
del resto del mundo. Me interesaban la estética y la
literatura por encima de todo. Rayuela, por
ejemplo, que está escrita antes de mi primer viaje a
Cuba es un libro que podríamos calificar, con una cierta
pedantería, de metafísico (por los problemas que se
plantea sobre el destino del hombre y sobre el misterio
de la realidad). Pero luego viene para mí la Revolución
Cubana: de golpe comprendo que hay un destino
latinoamericano en juego, y que un escritor o cualquier
hombre libre, honesto, tiene un papel que desempeñar en
ese destino. Ya no es posible refugiarse en la torre de
marfil de la literatura pura, el cine puro, la pintura
pura. Hay que estar ligado de alguna manera al destino
de nuestros pueblos."
Como todas las
relaciones intensas, la de Julio con Cuba estuvo
signada, también, por momentos difíciles. El episodio
más arduo fue, sin duda, el vivido alrededor del llamado
“caso Padilla”. En lo que a Cortázar respecta, el asunto
terminó con la publicación de “Policrítica a la hora de
los Chacales”, texto en el que resume su sentir, después
de vivir la incertidumbre, la polémica, la censura, la
calumnia, como consecuencia de la actitud mantenida
frente a aquel suceso: "De qué sirve escribir la buena
prosa, / de qué vale que exponga razones y argumentos/
si los chacales velan, la manada se tira contra el
verbo,/ lo mutilan, le sacan lo que quieren, dejan de
lado el resto,/ vuelven lo blanco negro, el signo más se
cambia en signo menos,/ los chacales son sabios con los
télex,/ son las tijeras de la infamia y del
malentendido,/ manada universal, blancos, negros,
albinos,/ lacayos si no firman y todavía más chacales
cuando firman,/ de qué sirve escribir midiendo cada
frase,/ de qué sirve pesar cada acción, cada gesto que
expliquen la conducta/ si al otro día los periódicos,
los consejeros, las agencias,/ los policías
disfrazados,/ los asesores del gorila, los abogados de
los truts/ se encargarán de la versión más adecuada para
consumo de inocentes o de crápulas..."
“La Policrítica” fue
enviada por Cortázar a Haydée Santamaría antecedida por
una pequeña carta, de mayo de 1971, en la cual decía:
"En la medida de lo humano, dispongo ahora de todos los
elementos de juicio para hacerme una idea precisa del
episodio que se ha dado en llamar “el caso Padilla” y
sus repercusiones.
Puedo, pues, decir mi
palabra, individualmente, sin concederle valor que el de
sinceridad y la solidaridad. Quiero que usted la conozca
directamente. No es una carta, ni un ensayo, ni un
documento político bien razonado; es lo que nace de mí
en una hora muy amarga pero en la que hay, sin embargo,
una plena confianza en muchas cosas, y sobre todo en la
Revolución [...]."
Esa fidelidad a Cuba
—fidelidad, en primer lugar, a sí mismo— le valió
censuras y duros juicios por parte de ciertos sectores
de la comunidad intelectual internacional. A propósito
de ello, Borges, de quien habíamos adelantado una
anécdota con el autor de Rayuela, puso algo de su
cosecha en lo que sería su segundo y último contacto con
este, en vida de ambos. Es Cortázar quien la da conocer,
en carta de octubre de 1968, a Roberto Fernández
Retamar: “Borges pronunció una conferencia en Córdoba
sobre literatura contemporánea en la América Latina.
Habló de mí como un gran escritor”. Cuando leí la
noticia en los diarios, me alegré más que nunca del
homenaje que le rendí en La vuelta al día...
Porque yo, aunque él esté más que ciego ante la realidad
del mundo, seguiré teniendo a distancia esa relación
amistosa que consuela de tantas tristezas. Me temo que
esa posición no sería entendida por los que cada vez
pretenden más que el escritor sea como un paralelepípido
macizo que solo puede ajustarse a otro paralelepípido.
No sirvo para hacer paredes, me gusta más echarlas
abajo”. Aún así, como anuncia el final de este
fragmento, Cortázar no fue un amigo dogmático, sin
matices; todo lo contrario. Siempre manifestó su opinión
crítica, discrepó cuando lo creyó necesario. Son
conocidas sus opiniones de entonces contra “el machismo
latinoamericano” y sus consecuencias para la
construcción de la nueva sociedad —como la homofobia—, y
opiniones de diversa índole, como ejemplifica el
siguiente fragmento de carta enviada a su amigo
Fernández Retamar en diciembre de 1969: “Alguna vez
hablaremos tú y yo sobre ese traumatismo que se nota en
algunos intelectuales y políticos cubanos frente a los
“compañeros de ruta” situados en el extranjero; una vez
más creo que lo que tú dices en algún momento es muy
justo (esos argentinos que conocí en La Habana y que se
pasaban el día explicándoles a ustedes cómo había que
hacer o defender la Revolución...), por otra parte creo
que tú y otros compañeros tienen ahora la tendencia a
meternos a todos en la misma bolsa, a insistir demasiado
en eso de que vivimos en nuestras Arcadas y que desde
allí vociferamos, etcétera; no es demasiado justo,
sabes, y a veces me lleva incluso a ser injusto yo mismo
y a preguntarme si entre ustedes ese punto de vista no
es, de alguna manera, una forma demasiado cómoda de
hacerse una buena conciencia. No lo creo en tu caso o en
el de cualquiera, de mis amigos, pero sí en otros que
sacan demasiado el pecho cubano cuando, quizá, no
siempre lo sacaron a la hora en que las papas quemaban”.
No obstante, ver la
relación de Julio con Cuba bajo el prisma de una
dinámica de adhesiones y críticas, sería reducirla al
esquema común de aquellos años signado por el discurso
de la Guerra Fría trasladado al terreno cultural.
Aquella fue una relación única, personalísima, cronopial,
marcada por la alegría de la verdadera amistad y los
afectos reales: “Mi querido Roberto: Recibí muy
rápidamente tu carta del 13, y ayer, para mi enorme
alegría, el ejemplar de Rayuela tan cariñosamente
dedicado y firmado por Lezama, Mariano y tú mismo —con
un espléndido ¡COÑO! que ocupa gran parte del antilomo
de ese antilibro”.
EL CHE
La primera incursión
en el tema político, o ideológico, desde el terreno de
la ficción, la acomete el cronopio mayor en el cuento
“Reunión”, incluido en Todos los fuegos el fuego,
de 1964.
El cuento es narrado
en primera persona por el Che. No hay ninguna alusión
directa a que así sea, salvo el exordio, un fragmento de
“La sierra y el llano”, firmado por Ernesto Guevara, y
un brevísimo diálogo hacia el final, en que Luis
—personaje que a todas luces encarna a Fidel— dice:
“—Así que llegaste, che —dijo Luis. Naturalmente, decía
‘che’ muy mal”. Cortázar prefiere sugerir para que sea
el lector quien dé los tintes reales a la historia. El
narrador cuenta las peripecias de una travesía azarosa,
un desembarco en zona pantanosa, abundante en mangles,
donde los esperaba la aviación para ametrallarlos y, si
lograban pasar la zona de los “pastizales”, cruzarían la
carretera en busca de las “colinas”; todo narrado bajo
el jadeo de un asma constante. Al final, los
sobrevivientes logran “reunirse” en una de aquellas
colinas.
“(...) Ese cuento que
se llama “Reunión”, cuyo personaje es el Che Guevara, es
un cuento que yo jamás habría escrito si me hubiera
quedado en Buenos Aires ni en mis primeros años de
París, porque no me hubiera parecido un tema, no hubiera
tenido ningún interés para mí. En cambio, en ese
momento, el tema de ese relato me resulta absolutamente
apasionante, porque yo traté de meter ahí, en esas
veinte páginas, toda la esencia, todo el motor, todo el
impulso revolucionario que llevó a los barbudos al
triunfo.”
Años más tarde, en
1967, al saberse la noticia de la muerte del Che,
Cortázar le escribe a Fernández Retamar: “[...] el Che
ha muerto y a mí no me queda más que silencio, hasta
quién sabe cuándo [...] Y para ti también es esto, lo
único que fui capaz de hacer en esas primera horas, esto
que nació como un poema y que quiero que tengas y que
guardes para que estemos más juntos.
Che
Yo tuve un hermano
No nos vimos nunca
pero no importaba.
Yo tuve un hermano
que iba por los
montes
mientras yo dormía.
Lo quise a mi modo
le tomé la voz
libre como el agua,
caminé de a ratos
cerca de su sombra.
No nos vimos nunca
pero no importaba,
mi hermano despierto
mientras yo dormía,
mi hermano
mostrándome
detrás de la noche
su estrella elegida.
¿Hasta dónde habrá
calado el ejemplo de su coterráneo? ¿En qué recóndito
eslabón del ideario cortazariano se habrá engarzado la
dimensión mítica del Guerrillero Heroico? ¿Habrá
imaginado un destino de iguales proporciones humanistas?
¿Se sabía Julio Cortázar un guerrillero de la palabra?
Su apoyo a la causa de Cuba y de la revolución
sandinista luego, nos dicen bastante. Lo demás habrá que
imaginarlo, como en sus mejores historias.
CORTÁZAR SIEMPRE
Julio Cortázar está
cumpliendo sus primeros noventa años, y ha querido el
azar travieso, en el que él creía, que vengan cuando
cumple sus veinte años de haberse ido a “mirar las
flores del lado de las raíces”.
Su presencia continúa
creciendo y los jóvenes se han encargado de que así sea.
Una encuesta realizada este año por el Centro de
Investigaciones Literarias de la Casa de las Américas a
un nutrido grupo de escritores cubanos, lo señaló como
el escritor latinoamericano preferido por los cubanos.
En Argentina, varias encuestas aplicadas en escuelas,
destacan cómo el autor de Rayuela ha desplazado
en las preferencias de los jóvenes a Stephen King, el
autor promovido por los grandes medios. Los motivos son
diversos, desde “lo leo porque mi mamá es fanática”,
“tiene connotaciones de rebeldía, de revolución”, “me
copan las metáforas porque me hacen acordar a las
metáforas de los Redondos”, “es como los Beatles”, hasta
la opinión de una profesora de literatura que afirma
“los chicos se copan con Cortázar porque se cagan en la
realidad”.
Lo cierto es que
siguen con nosotros su inmejorable ejemplo como ser
humano, su honradez a toda prueba, la fidelidad a sí
mismo que lo hizo rehuir cualquier pose demagógica, su
cara de niño grande, su inagotable capacidad de asombro,
su espíritu voraz e innovador que nos dejó excelentes
traducciones de Chesterton, Poe, Daniel Defoe, Gide o
Marguerite Yourcenar; espíritu que lo llevó a explorar
nuevos terrenos literarios y artísticos, como manera de
inventarse una realidad. Y lo logró en su pugna con el
lenguaje, con las estructuras, que dio como resultado un
nuevo lenguaje, una original concepción de lo fantástico
y novedosas estructuras en el cuento y la novela.
Pronto llegará su centenario. Mientras esperamos, nos
deja el jazz, el boxeo, el inagotable amor a la vida y a
los vivos y una de las mayores obras en prosa española
del siglo XX.
La suya.