martes, 28 de julio de 2020

La tarde imposible con Marsé


Juán Marsé. foto: Tomada de internet (Wikipedia).


Ha muerto Juan Marsé a lo grande: en verano y de sábado para domingo. No hacía falta la confluencia para no olvidarlo. Se ha ido, elegante y conciso, como su prosa. Con el sensato protagonismo que practicó en vida.

Lo estoy sintiendo mucho. Me he puesto a releerlo quizás para aplacar la culpa de no haber asistido a mis primeras tardes con él. Para mí fue un fantasma durante muchos años. Lo descubrí en las clases de Julio Rodríguez Puértolas, en La Habana, y empecé a perseguirlo cuando supe de aquel mítico jurado de novela del Premio Literario Casa de las Américas de 1967: él, Cortázar, Marechal, Lezama y Monteforte Toledo. Me le fui acercando en las lecturas de algunas de sus novelas y en el recuerdo de algunos que lo conocieron en sus viajes a la Isla. Me hablaban como se habla en Cuba de las cosas queridas de las que sabes que no se puede hablar. Ahí me cautivó; no todos saben dejar esa huella. Lo más seguro es que ni siquiera lo hizo a propósito, y que tampoco supiera que lo seguían queriendo.

Siguió siendo ese fantasma literario hasta que en 2017 una voz amiga nos puso en contacto. Nos escribimos hasta que me permitió llamarlo por teléfono. Vinieron las preguntas, los comentarios, la curiosidad que mató al gato. Yo le preguntaba por Marechal, por Lezama, por Cortázar. Fue honesto: -Joven, no recuerdo mucho de aquel jurado. Lo que sí recuerdo, como si fuera hoy, fue el jurado de la UNEAC del 68. Me dijeron, -¡Juan no podemos premiar a Padilla, es agente de la CIA! Y yo les dije que eso debía decidirlo la policía, que nosotros debíamos decidir cuál era la mejor literatura. Hablaba con pasión, sin resentimiento, como se habla de las cosas queridas que han abierto una herida que el tiempo no cierra porque solo la verdad puede hacerlo.

Quedamos en vernos. Accedió a continuar nuestra conversación en entrevista filmada. Debí ir a Barcelona, pero tuve que viajar a Cuba. Mantuvimos correspondencia. Aplacé el encuentro que hoy se desvanece.

Juan, ya no tendré mi tarde contigo pero no olvidaré que lo nuestro es decidir cuál es la mejor literatura. En esa, está la tuya.

sábado, 25 de julio de 2020

2020. Primavera Cero.


foto: Alexis González Acosta.

Es la época de la sentencia a muerte de un orden social inútil y caduco. La cacareada globalización ha venido a crear más desconcierto. Es el manifiesto de que la civilización, tal y como la hemos entendido hasta ahora, se ha centrado en avances científicos y artilugios tecnológicos pero la condición humana sigue siendo la misma: el miedo, la desinformación, el egoísmo, políticas caprichosas, la soberbia, han generado la incapacidad de salvarnos con «nuestros propios avances» e impuesto el  caos. Se ha hecho visible la fragilidad de la vida humana en el orden natural de la existencia. Una vuelta a los orígenes..

Recuerdo la primavera pasada como la de Benedetti en su conocida novela: fue una primavera con una esquina rota. Pasé varios años de mi infancia y adolescencia en colegios internos, pero ni aún esa experiencia me sustrajo de la sensación de encierro y embotamiento de los sentidos a que me llevó el confinamiento decretado. Mezcla de estupor y aprensión frente a la inmensidad y omnipresencia de un enemigo letal e invisible. Es muy difícil aceptar que la espera en la quietud sea la respuesta a una situación, a un peligro acechante. He sobrevivido numerosos pasos de huracanes e inundaciones marinas en La Habana, mi ciudad de origen, pero siempre he sabido cuándo es tiempo de hacer y de esperar, de refugiarse y de reconstruir. Esta espera pasiva puede ser aterradora porque inmoviliza; nos roba todo linaje de acción. De repente me vi en La Mancha cervantina y quijotesca, solo, reducido por algo más pequeño aún que nosotros mismos, pero mortífero. Solo, con mis fantasmas y la visión de los vecinos muertos. Esto vino, quizás, para que nos conozcamos mejor. También para librarnos de equipaje innecesario y para saber qué y a quienes queremos y qué y quienes nos quieren de verdad. Mientras permanecíamos confinados la yerba no dejó de crecer, las aguas se hicieron más transparentes, los animales retomaron confiados lugares que antes fueron suyos. Algo parecido debe haber ocurrido en nosotros y nos toca identificarlo para que la primavera interior retome su cauce esencial en vínculo con la naturaleza.

No somos el centro del universo, solo una parte de él y seguimos empecinados en no verlo. Es innegable que hay una pugna entre la sensatez y el egoísmo. Muchos, por miedo, variaron la conducta pero han vuelto al viejo comportamiento apenas se sintieron un poco más confiados. Otros han comprendido la obsolescencia del esquema civilizatorio y luchan por el cambio. Debemos construir una sociedad al servicio de la especie humana, no obligar al hombre a mantener un esquema que lo aprisiona. La naturaleza nos está hablando y es hora de escucharla en serio. Debemos sumergirnos en ella, rescatar los orígenes. Nos va la vida en ello.