domingo, 24 de abril de 2016

¿La eñe se quedó en Europa?





La sed de belleza, la búsqueda de la perfección, es uno  de los mecanismos mentales más engañosos que tiene el ser humano. No importa que pasen siglos  o se multipliquen los adelantos científicos, el hombre siempre buscará esa simetría, ese pretendido equilibro hasta en los detalles más cotidianos. No sé si le debemos esas maneras a los griegos del siglo V o al desamparo ontológico de la especie desde la época de las cavernas pero, lo cierto es que seguiremos disfrazando nuestras realidades para hacerlas más hermosas. Y no voy a ser yo quien rompa con esta práctica poética.

Este 23 de abril una parte del mundo celebra con mayor o menor júbilo los 400 años de la muerte de Shakespeare y Cervantes.  La fecha se disfraza bajo la belleza de la cábala, porque Cervantes en realidad murió el 22 de abril y Shakespeare se iría de este mundo con los pies por delante el 3 de mayo. Quien en realidad murió aquel tan llevado y traído 23 de abril de 1616, fue Gómez Suarez de Figueroa, el Inca Garcilaso de la Vega, en Córdoba, España. Cabalística ironía que se le hurte al Inca en estas fechas de celebraciones ya no lo poco o mucho de gloria literaria que le corresponda, sino hasta la puntería en morirse.  Convencional es por tanto la fecha, como convencional es el tratamiento al legado de estas figuras que merecen cada uno su homenaje y por sobradas razones.

Dije que no sería yo el aguafiestas de la redondez de la fecha. Dado a escoger, me gustaría haber encontrado en una sombría y casi abandonada biblioteca de un lejano monasterio, un pergamino con el programa manuscrito del feliz concierto en que Shakespeare al violín, Cervantes al laúd y el Inca con una quena interpretaron un son de Compay Segundo o un reguetón de “”Gente de Zona” (si con Enrique Iglesias mejor), en un mercadillo de París. Pero aunque la vida supera a la ficción esto nunca ocurrió y me quedo con la inconformidad y la curiosidad de ver al escritor peruano como el convidado de piedra al llamado día del idioma.

No se trata de intentar establecer un falso linaje de comparaciones o posibles semejanzas y diferencias, dentro de una lógica de homenajes que, como he dicho, la mayoría de las veces se mueven en torno a convenciones. Quiero decir que no se trata de comparar las obras de Cervantes y el Inca, pero en el ámbito de la hispanidad la relación entre ambos adquiere otra lectura, muy cercana pues ambos escribieron en esta lengua que hoy hablamos unos 560 millones de personas y, vistos en su tiempo, mientras con Cervantes asistimos a un momento cumbre de la lengua española, con El Inca estamos presenciando los inicios de una literatura que sobrepasa las fronteras de la península: la hoy llamada literatura hispanoamericana.   

Gómez Suárez de Figueroa nació el 12 de abril de 1539 en el Cuzco, la recién conquistada capital del imperio inca. Su padre fue el capitán español Sebastián Garci Lasso de la Vega Vargas y su madre, la princesa incaica Isabel Chimpu Ocllo. La asunción orgánica de su condición de mestizo le dará a la obra futura del joven Suárez de Figueroa gran parte de la singularidad que la ha insertado en el imaginario cultural de Hispanoamérica.

De pequeño escuchaba las hazañas de la Conquista en boca de su padre y los amigos; de la madre y sus familiares, la grandeza y los detalles de la vida del imperio incaico. Recibe una esmerada educación, que incluye las actividades físicas. En 1560 el padre muere y el Inca, que tiene 21 años, viaja a España y nunca regresará al Perú. En España defiende los derechos del padre en la Conquista pero sobre este pesaba la acusación de haber prestado su caballo a Gonzalo Pizarro en sus revueltas y, el Inca no logra su objetivo. Va a vivir en Montilla, pequeño pueblo de Córdoba con la ayuda de familiares. Participa de la represión de los moriscos en Granada y luego en una breve campaña en Italia de donde regresa con los grados de capitán. Algunos afirman que, quizás dolido por la poca consideración que se le tenía en el ejército por su condición de mestizo, dejó las armas y se acogió a la religión.

En la nueva etapa de su vida frecuenta los círculos intelectuales de Sevilla, Montilla y Córdoba. Dicen que lleva una vida organizada y de mucho provecho para la lectura, se permea de los aires del renacimiento, del humanismo del Siglo de Oro español. Como muestra de esto, en 1590 publica su traducción del italiano de los Diálogos de Amor, de León Hebreo; aquí hay un contacto cercano con Cervantes, quien en el prólogo a la primera parte del Quijote menciona a León Hebreo y su obra como uno de sus modelos, de sus influencias literarias directas. ¿Se habrán conocido Cervantes y el Inca? Para esta fecha ya ha refinado su espíritu y su escritura y está preparando su primera gran obra, la conocida como Florida del Inca, crónica que narra los sucesos de la conquista de la Florida por el adelantado Hernando de Soto.

La Florida…publicada en 1605 –al igual la primera parte del Quijote- intenta ser una crónica fiel de la conquista del nuevo territorio. El Inca, que para entonces ya había asumido con conciencia y orgullo este nombre, se manifiesta tan impresionado por este acontecimiento que decide dejar constancia escrita y para ello cuenta con el testimonio de tres participantes directos en los hechos. Quiere decir que nunca estuvo allí y el texto, de declaradas intenciones fidedignas a los acontecimientos, va a estar plagado de recursos y referencias literarias, que harán de él más una novela que un tratado de historia. De hecho, en vida del Inca se le acusó en ocasiones de esta ficcionalización del discurso histórico, hecho, por demás, muy frecuente entre los cronistas, aunque pocos con  el manejo del idioma, sus recursos expresivos y el conocimiento de la materia tratada que él demuestra.

Pero son los Comentarios reales, los que inmortalizaron al Inca. Un proyecto historiográfico destinado a contar la conquista del Perú, las guerras civiles protagonizadas por los conquistadores hasta llegar a la instauración del Virreinato. La primera parte se publicó -igual que La Florida-, en Lisboa en 1609 y la segunda en Córdoba, en 1617, un año después de la muerte del autor.

Aquí el Inca, identificado totalmente con las dos culturas, española e incaica, nostálgico ya, quizás, en su vejez de las historias vividas y escuchadas a sus padres y parientes, conocedor de las dos lenguas, se decide después de haber leído las anteriores “Historias” que se han escrito sobre la conquista de América, a dar “la relación entera que de ellos se pudiera dar”, por considerar insuficientes e imprecisas las de quienes le antecedieron. Y entrega un proyecto humanista, en toda la extensión del término, sin precedentes. Historia, lingüística, geografía, antropología, se mezclan en la mente culta y fuertemente motivada del Inca, quien sorprende con sus razones al continuar enumerando sus motivaciones para escribir: “Por lo cual, forzado del amor natural de la patria, me ofrecí al trabajo de escribir estos Comentarios”, adelantando un concepto de patria -alejado de la connotación más contemporánea- que emana en él de la acepción más primigenia, la tierra de los padres. Y lo dice con total naturalidad, convencido de que ambos mundos, el español y el americano, pueden formar un todo más completo: Mas confiado en la infinita misericordia, digo que a lo primero se podrá afirmar que no hay más que un mundo, y aunque llamarnos Mundo Viejo y Mundo Nuevo, es por haberse descubierto aquél nuevamente para nosotros, y no porque sean dos, sino todo uno.

Es en esa conclusión donde se resume, más allá de las excelencias literarias, los aportes históricos y documentales, las versiones idílicas o reales,  que no son objeto de la brevedad de estas líneas, la fuerza simbólica del Inca Garcilaso de la Vega, el testigo excepcional del encuentro de dos mundos que curiosamente vivió y escribió sobre lo que le fue negado ver a su contemporáneo Cervantes a quien tal vez, mirando las cosas humanas con ese afán místico con que solemos embellecer ciertos acontecimientos y fechas, dedicó esos textos llenos de asombro y maravilla, edificados con la lengua común, esa que ambos enaltecen hoy.












domingo, 3 de abril de 2016

Entre dos Papas y dos Reyes.

Hace un mes que respiro los aires de España. Levante, poniente, cierzo, moncayo, galerna, matacabras...aire, vientos cálidos o helados, húmedos y secos, da igual. Mis preferidos son los que mueven los molinos de Castilla-La Mancha porque, aunque necesito el oxígeno para vivir, respiro literatura. Me seduce el olor a libro antiguo, el olor a papel y tinta de la imprentas, el olor a periódico salido de las rotativas en la madrugada, como el del pan que se hornea a esas horas. A Castilla-La Mancha, precisamente, he venido a estudiar, a llenar mis pulmones y cerebro del aire que respiraron Cervantes, El Quijote y Sancho, Balbuena y El Greco. Al territorio Mancha he venido -como le gustaba a Borges-  a fatigar estantes y anaqueles, a respirar el aire sagrado y culto de sus bibliotecas.

Por aire vine dejando atrás, de momento, Cuba no sin antes ver el abrazo entre el Papa Francisco y el Patriarca Kiril, en la terminal aérea internacional, "José Martí". Cuba, la Isla refrescada por los vientos alisios que soplaron demasiado fuertes por la cola del Airbus.330 para impedirme presenciar la visita de Barak Hussein Obama II, -el primer presidente norteamericano en visitar mi país después de 1959; el segundo en hacerlo en toda nuestra historia-; el concierto de los Rollings Stones en la Ciudad Deportiva; la llegada de visitantes ilustres, de famosos y miles de turistas que arribaron y continúan llegando atraídos por estos acontecimientos, por los nuevos aires de la Isla, aires de cambio, de esperanza, de tanteo, de reflexión, aires polémicos ahora que un periodista cubano negro, ha llamado "negro" al primer presidente negro de los Estados Unidos. Algunos, con razón, han puesto el grito en el cielo, es decir en el aire, cuando hace mucho que aquí -o allí-en la tierra, se respiran fuertes vientos de incultura. Allí donde falló la cultura falló nuestra proverbial hospitalidad; fallaron el respeto, el ingenio, las buenas ideas, la buena escritura. La cultura y la educación volaron por los aires. 

imagen: Pablo Tarrero. Todos los derechos reservados.
En este punto tomo aire y caigo en cuenta que cuando aún no he terminado de procesar la buena nueva de vivir en un mundo de dos Papas o dos Patriarcas, convivo en un país de dos reinados, uno de facto, otro, ad honorem. Así en la tierra como en el cieloUn país en el que el presidente en funciones pero no electo, ha llamado en su cuenta de tuiter a Mario Vargas Llosa, a propósito de su ochenta cumpleaños, "Nuestro único premio nobel vivo" a lo que este contratuiteó: "Gracias. Pero deseo afirmar que soy ante todo un peruano. Y un escritor peruano". Y caigo en cuenta, también, de la etérea condición de un gobierno que lleva más de cien días sin presidente, aquí, en las puertas de Europa, en la antesala de la cuna de la civilización, que se mece, se mece, a la búsqueda de ideas frescas, mientras suenan atronadores los explosivos en Bruselas, como sonaron antes en París. Y mientras se suman días al desgobierno, se restan para la llegada del 23 de abril -Día internacional del libro- que se condimenta esta vez con el aniversario cerrado de los 400 años de la muerte de Cervantes, Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega. 

Así, mientras vuelo entre dos Papas y dos Reyes, Mick Jagguer sacude el esqueleto en la Ciudad Deportiva de la Habana ante medio millón de espectadores que corean: "i can't get no satisfaction. / cause i try and i try and i try and i try", con toda la fuerza de la libertad y sin el velado encanto de la censura. Mientras el estruendo mediático silba sobre nuestras cabezas, intento buscar el aroma de las encinas y los robles apelmazados en los viejos y nuevos folios que llenan las estanterías, pero no logro encontar el sosiego de siempre. Cuando el aire se enrarece, hay que abrir las ventanas.

  


Arturo Pérez-Reverte y el arte de la novela "por intrigas".

Hace años que leo a Arturo Pérez-Reverte con la  misma fruición que leía en mi niñez a Julio Verne, Paul  Feval, Alexandre Dumas o Robert Louis Stevenson. No pocas peripecias presupone esta lectura porque sus libros son casi imposibles de conseguir en Cuba. Pero en las generosas maletas de mis amigos se han ido deslizando en estos años, uno tras otro, los codiciados volúmenes de El húsar, El maestro de esgrima, La tabla de Flandes, Territorio comanche, La piel del tambor, La carta esférica o la saga del Capitán Alatriste. Lecturas casi furtivas, caóticas, ocasionales, azarosas, que ahora voy completando gracias, esta vez, a las bibliotecas con puertas abiertas de mis amigos en España. 

Sin abandonar el estilo galopante de sus narraciones originales y, acrecentando el interés por la investigación histórica que siempre lo conduce a una buena intriga, Pérez-Reverte se sumerge cada vez más en el dominio del difícil oficio de narrar, para regalarnos hermosas y aleccionadoras reflexiones metaliterarias, como esta que me ha hecho saltar en la lectura de su más reciente novela: Hombres buenos. La narración -ambientada a finales del siglo XVIII, basada en hechos y personajes reales- de las peripecias por parte de dos miembros de la Real Academia Española en la adquisición de una colección completa de la primera edición de la Encyclopédie de Diderot y DÁlambert.






"Detuve el coche en una venta, para tomar café mientras escampaba un poco, y permanecí sentado bajo el porche, consultando el mapa y las notas de mi cuaderno mientras consideraba que hay un ejercicio fascinante, a medio camino entre la literatura y la vida: visitar lugares leídos en libros y proyectar en ellos, enriqueciéndolos con esa memoria lectora, las historias reales o imaginadas, los personajes auténticos o de ficición que en otro tiempo lo poblaron. Ciudades, hoteles, paisajes, adquieren un carácter singular cuando alguien se acerca a ellos con las lecturas previas en la cabeza. Cambia mucho las cosas, en tal sentido, recorrer la Mancha con el Quijote en las manos, visitar palermo habiendo leído El Gatopardo, pasear por Buenos Aires con Borges o Bioy Casares en el recuerdo, o caminar por Hisarlik sabiendo que allí hubo una ciudad llamada Troya, y que los zapatos del viajero llevan el mismo polvo por el que Aquiles arrastró el cadáver de Héctor atado a su carro.

Pero eso no ocurre sólo con los libros ya escritos, sino también con libros por escribir, cuando es el propio viajero quien puebla los lugares con su imaginación. Eso me ocurre con frecuencia, pues pertenezco a la clase de escritor que suele situar las escenas de sus novelas en sitios reales. Pocas sensaciones conozco tan agradables como caminar por ellos con maneras de cazador y el zurrón abierto mientras una historia fragua en tu cabeza; entrar en un edificio, caminar por una calle y decidir: este sitio me conviene, lo meto en mi historia. Imaginar a los personajes moviéndose por el mismo lugar donde, sentados donde estás, mirando lo que miras. Comparada con el acto de escribir, esa fase previa es aún más excitante y fértil, hasta el extremo de que ciertos momentos de la escritura, su materialización en tinta, papel o pantalla de ordenador, pueden presentarse luego como acto burocrático y hasta ingrato. Nada es parecido al impulso de inocencia original, el principio, la génesis primera de una novela cuando el escritor se acerca a la historia por contar como a alguien de quien acabara de enamorarse".



Arturo Pérez-Reverte,
Hombres Buenos, Alfaguara, Barcelona, 2015. (p.p. 150-151)