La
sed de belleza, la búsqueda de la perfección, es uno de los mecanismos mentales más engañosos que
tiene el ser humano. No importa que pasen siglos o se multipliquen los adelantos científicos,
el hombre siempre buscará esa simetría, ese pretendido equilibro hasta en los
detalles más cotidianos. No sé si le debemos esas maneras a los griegos del
siglo V o al desamparo ontológico de la especie desde la época de las cavernas pero,
lo cierto es que seguiremos disfrazando nuestras realidades para hacerlas más
hermosas. Y no voy a ser yo quien rompa con esta práctica poética.
Este
23 de abril una parte del mundo celebra con mayor o menor júbilo los 400 años
de la muerte de Shakespeare y Cervantes.
La fecha se disfraza bajo la belleza de la cábala, porque Cervantes en
realidad murió el 22 de abril y Shakespeare se iría de este mundo con los pies
por delante el 3 de mayo. Quien en realidad murió aquel tan llevado y traído 23
de abril de 1616, fue Gómez Suarez de Figueroa, el Inca Garcilaso de la Vega,
en Córdoba, España. Cabalística ironía que se le hurte al Inca en estas fechas
de celebraciones ya no lo poco o mucho de gloria literaria que le corresponda,
sino hasta la puntería en morirse. Convencional es por tanto la fecha, como
convencional es el tratamiento al legado de estas figuras que merecen cada uno
su homenaje y por sobradas razones.
Dije
que no sería yo el aguafiestas de la redondez de la fecha. Dado a escoger, me
gustaría haber encontrado en una sombría y casi abandonada biblioteca de un
lejano monasterio, un pergamino con el programa manuscrito del feliz concierto
en que Shakespeare al violín, Cervantes al laúd y el Inca con una quena
interpretaron un son de Compay Segundo o un reguetón de “”Gente de Zona” (si
con Enrique Iglesias mejor), en un mercadillo de París. Pero aunque la vida
supera a la ficción esto nunca ocurrió y me quedo con la inconformidad y la
curiosidad de ver al escritor peruano como el convidado de piedra al llamado
día del idioma.
No
se trata de intentar establecer un falso linaje de comparaciones o posibles
semejanzas y diferencias, dentro de una lógica de homenajes que, como he dicho,
la mayoría de las veces se mueven en torno a convenciones. Quiero decir que no
se trata de comparar las obras de Cervantes y el Inca, pero en el ámbito de la
hispanidad la relación entre ambos adquiere otra lectura, muy cercana pues
ambos escribieron en esta lengua que hoy hablamos unos 560 millones de personas
y, vistos en su tiempo, mientras con Cervantes asistimos a un momento cumbre de
la lengua española, con El Inca estamos presenciando los inicios de una
literatura que sobrepasa las fronteras de la península: la hoy llamada
literatura hispanoamericana.
Gómez
Suárez de Figueroa nació el 12 de abril de 1539 en el Cuzco, la recién
conquistada capital del imperio inca. Su padre fue el capitán español Sebastián
Garci Lasso de la Vega Vargas y su madre, la princesa incaica Isabel Chimpu
Ocllo. La asunción orgánica de su condición de mestizo le dará a la obra futura
del joven Suárez de Figueroa gran parte de la singularidad que la ha insertado
en el imaginario cultural de Hispanoamérica.
De
pequeño escuchaba las hazañas de la Conquista en boca de su padre y los amigos;
de la madre y sus familiares, la grandeza y los detalles de la vida del imperio
incaico. Recibe una esmerada educación, que incluye las actividades físicas. En
1560 el padre muere y el Inca, que tiene 21 años, viaja a España y nunca
regresará al Perú. En España defiende los derechos del padre en la Conquista
pero sobre este pesaba la acusación de haber prestado su caballo a Gonzalo
Pizarro en sus revueltas y, el Inca no logra su objetivo. Va a vivir en
Montilla, pequeño pueblo de Córdoba con la ayuda de familiares. Participa de la
represión de los moriscos en Granada y luego en una breve campaña en Italia de
donde regresa con los grados de capitán. Algunos afirman que, quizás dolido por
la poca consideración que se le tenía en el ejército por su condición de mestizo,
dejó las armas y se acogió a la religión.
En
la nueva etapa de su vida frecuenta los círculos intelectuales de Sevilla,
Montilla y Córdoba. Dicen que lleva una vida organizada y de mucho provecho
para la lectura, se permea de los aires del renacimiento, del humanismo del
Siglo de Oro español. Como muestra de esto, en 1590 publica su traducción del
italiano de los Diálogos de Amor, de
León Hebreo; aquí hay un contacto cercano con Cervantes, quien en el prólogo a
la primera parte del Quijote menciona
a León Hebreo y su obra como uno de sus modelos, de sus influencias literarias
directas. ¿Se habrán conocido Cervantes y el Inca? Para esta fecha ya ha
refinado su espíritu y su escritura y está preparando su primera gran obra, la
conocida como Florida del Inca,
crónica que narra los sucesos de la conquista de la Florida por el adelantado
Hernando de Soto.
La Florida…publicada
en 1605 –al igual la primera parte del Quijote- intenta ser una crónica fiel de la conquista del nuevo
territorio. El Inca, que para entonces ya había asumido con conciencia y
orgullo este nombre, se manifiesta tan impresionado por este acontecimiento que
decide dejar constancia escrita y para ello cuenta con el testimonio de tres
participantes directos en los hechos. Quiere decir que nunca estuvo allí y el
texto, de declaradas intenciones fidedignas a los acontecimientos, va a estar
plagado de recursos y referencias literarias, que harán de él más una novela
que un tratado de historia. De hecho, en vida del Inca se le acusó en ocasiones
de esta ficcionalización del discurso histórico, hecho, por demás, muy
frecuente entre los cronistas, aunque pocos con
el manejo del idioma, sus recursos expresivos y el conocimiento de la
materia tratada que él demuestra.
Pero
son los Comentarios reales, los que
inmortalizaron al Inca. Un proyecto historiográfico destinado a contar la
conquista del Perú, las guerras civiles protagonizadas por los conquistadores
hasta llegar a la instauración del Virreinato. La primera parte se publicó
-igual que La Florida-, en Lisboa en
1609 y la segunda en Córdoba, en 1617, un año después de la muerte del autor.
Aquí
el Inca, identificado totalmente con las dos culturas, española e incaica,
nostálgico ya, quizás, en su vejez de las historias vividas y escuchadas a sus
padres y parientes, conocedor de las dos lenguas, se decide después de haber
leído las anteriores “Historias” que se han escrito sobre la conquista de
América, a dar “la relación entera que de ellos se pudiera dar”, por considerar
insuficientes e imprecisas las de quienes le antecedieron. Y entrega un
proyecto humanista, en toda la extensión del término, sin precedentes. Historia,
lingüística, geografía, antropología, se mezclan en la mente culta y
fuertemente motivada del Inca, quien sorprende con sus razones al continuar
enumerando sus motivaciones para escribir: “Por lo cual, forzado del amor natural
de la patria, me ofrecí al trabajo de escribir estos Comentarios”, adelantando un concepto de patria -alejado de la
connotación más contemporánea- que emana en él de la acepción más primigenia,
la tierra de los padres. Y lo dice con total naturalidad, convencido de que
ambos mundos, el español y el americano, pueden formar un todo más completo: Mas confiado en la infinita misericordia,
digo que a lo primero se podrá afirmar que no hay más que un mundo, y aunque
llamarnos Mundo Viejo y Mundo Nuevo, es por haberse descubierto aquél
nuevamente para nosotros, y no porque sean dos, sino todo uno.
Es
en esa conclusión donde se resume, más allá de las excelencias literarias, los
aportes históricos y documentales, las versiones idílicas o reales, que no son objeto de la brevedad de estas
líneas, la fuerza simbólica del Inca Garcilaso de la Vega, el testigo
excepcional del encuentro de dos mundos que curiosamente vivió y escribió sobre
lo que le fue negado ver a su contemporáneo Cervantes a quien tal vez, mirando
las cosas humanas con ese afán místico con que solemos embellecer ciertos
acontecimientos y fechas, dedicó esos textos llenos de asombro y maravilla,
edificados con la lengua común, esa que ambos enaltecen hoy.