Palestina es actualmente un territorio connotado por la gravedad
de los conflictos sociales, políticos, religiosos y, por supuesto, culturales que allí se
desenvuelven, irresolubles hasta el momento. Por tanto, la obra de Rafat Asad no puede ser
abordada a la ligera, desatendiendo la delicada complejidad de semejante contexto, porque la
Palestina es, definitivamente, el alma de Ausencia.
Esta pieza, como su nombre indica y Asad se ha empeñado en
esclarecer en cada conceptualización que se pueda consultar de la pieza – tanto de su primera versión en
el 2004, como de la que presenta ahora en la Oncena Bienal de La Habana –, se fundamenta en la
experiencia propiciada por la pérdida de personas queridas, o de cosas
importantes en la vida.
La obra consta entonces de una serie – alrededor de cuatro o cinco – envases metálicos que han sido transformados por el autor mediante la modificación de
una de sus caras. En estas el artista ha cortado formas que se asemejan a figuras humanas
o, en otros casos, a objetos que le han sido relevantes. Luego, dentro de las cajas, ha
colocado luces que reflejan las siluetas en la pared.
De este modo, y en palabras del propio autor, Rafat Asad trata
de “restaurar sus cosas y seres queridos dibujando sus sombras en la
pared, esta recuperación es temporal, y sucede imaginariamente apoyada en la luz y la sombra”.1 Y una
vez más el manejo de contrarios gana el protagonismo debido a una de sus más eficaces
cualidades, que bien ha sabido emplear
Asad, el poder de la sugestión.
El recuerdo emerge de las proyecciones que se agitan en las
paredes, que si bien en un principio fueron las de su creador, pronto pasan a convertirse en los
fantasmas personales de todo aquel que se enfrente a la obra. Esta condición transitiva
y metamórfica de los personajes le permite a Rafat provocar en cada espectador un estado de
nostalgia, un no–se–qué – cuyas manifestaciones específicas
son únicas en cada persona y están en consonancia con su experiencia íntima – que le oprime, casi como una presencia física o, mejor dicho,
como una casi presencia física.
Así los seres anónimos dejan de ser lejanos, vacíos, muertos,
como si la ausencia a la que se aferra Rafat Asad se solidificase, convirtiéndose en algo tan
palpable y a la vez tan inmaterial como la niebla – la niebla de Umberto Eco – , una niebla (…) llena de
formas humanas, y cada vez se llena más, más intensamente se
agita con una vida misteriosa.2
Pero en esta ocasión Ausencia no se queda en los
límites de lo visual. A las luces y sombras se les une el sonido, desde pequeñas bocinas colocadas también
en el interior de las cajas de metal. Un nuevo aspecto de esta instalación – o performance, como prefiere
llamarlo su autor – es que las vibraciones procedentes de las bocinas generan un
leve movimiento de las
cajas y, como es lógico, de las sombras que proyectan, volviendo
al conjunto más dinámico y a los ”recuerdos” más “escurridizos”. Estas instalaciones de
sonido transmiten tanto conversaciones como música, para que, según Asad, la ausencia pueda ser
comprendida desde las voces que acompañan a las proyecciones.
Permítanme entonces, y a propósito de la incorporación del
sonido, citar una vez más a Rafat Asad, para facilitar la comprensión de mi insistencia inicial en
el contexto palestino, de la dimensión crítica y reflexiva de esta obra y, en última
instancia, de la pieza en sí misma:
Nosotros, como palestinos, sufrimos siempre
de un caso de Ausencia Obligatoria, determinado por los puntos de control que nos privan de
comunicarnos con los otros.3
El clima en Palestina, a nadie le cabe la menor duda, es muy
convulso. Los conflictos bélicos estimulados por diferencias socioculturales e intereses de otra índole,
han creado un ambiente de violentos enfrentamientos e incomunicación. El
control asfixiante que ejerce Israel ha propiciado no solo el entorpecimiento – que raya en la imposibilidad – para transitar y comunicarse entre los territorios de Cisjordania y la Franja
de Gaza; sino también la emigración de los palestinos que huyen de la guerra siempre
inminente, de la muerte, de la pobreza, de la inestabilidad… de modo que este pueblo se consume
cada vez más.
Y justamente aquí, en esta dimensión diaspórica es que mejor
engarza la obra de este artista medioriental con la realidad de Cuba, los países caribeños y
latinoamericanos –y, en realidad, del resto del mundo. Llámesele como se le llame – y cualquiera que sean las
razones que la motiven: económicas, políticas, religiosas…– , la ausencia de los que se van
es un fenómeno transnacional, como mismo las duras secuelas que deja
para cada pueblo, cada
persona…Ahora bien, las interpretaciones de esta instalación no son, en
lo absoluto, restringidas, y se pueden hacer a diferentes niveles, desde los más íntimos
hasta los más generales. Esta propuesta de Rafat Asad es precisamente una justificación para
reflexionar acerca de un tema que no deja de ser de la más completa actualidad y que, en
definitiva, nos concierne a todos.
1 Rafat Asad, traducido de Proyecto Ausencia, en www.rafatasad.com
2 Umberto Eco en La misteriosa llama de la reina
Loana, p. 10. Editorial DeBOLSILLO, primera edición, enero 2006.
3 Rafat
Asad, op. cit.
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