foto: Alexis González Acosta. |
Es
la época de la sentencia a muerte de un orden social inútil y caduco. La
cacareada globalización ha venido a crear más desconcierto. Es el manifiesto de
que la civilización, tal y como la hemos entendido hasta ahora, se ha centrado
en avances científicos y artilugios tecnológicos pero la condición humana sigue
siendo la misma: el miedo, la desinformación, el egoísmo, políticas
caprichosas, la soberbia, han generado la incapacidad de salvarnos con
«nuestros propios avances» e impuesto el caos. Se ha hecho visible la fragilidad de la
vida humana en el orden natural de la existencia. Una vuelta a los orígenes..
Recuerdo
la primavera pasada como la de Benedetti en su conocida novela: fue una
primavera con una esquina rota. Pasé varios años de mi infancia y adolescencia
en colegios internos, pero ni aún esa experiencia me sustrajo de la sensación
de encierro y embotamiento de los sentidos a que me llevó el confinamiento decretado.
Mezcla de estupor y aprensión frente a la inmensidad y omnipresencia de un
enemigo letal e invisible. Es muy difícil aceptar que la espera en la quietud
sea la respuesta a una situación, a un peligro acechante. He sobrevivido
numerosos pasos de huracanes e inundaciones marinas en La Habana, mi ciudad de
origen, pero siempre he sabido cuándo es tiempo de hacer y de esperar, de
refugiarse y de reconstruir. Esta espera pasiva puede ser aterradora porque
inmoviliza; nos roba todo linaje de acción. De repente me vi en La Mancha
cervantina y quijotesca, solo, reducido por algo más pequeño aún que nosotros
mismos, pero mortífero. Solo, con mis fantasmas y la visión de los vecinos
muertos. Esto vino, quizás, para que nos conozcamos mejor. También para
librarnos de equipaje innecesario y para saber qué y a quienes queremos y qué y
quienes nos quieren de verdad. Mientras permanecíamos confinados la yerba no
dejó de crecer, las aguas se hicieron más transparentes, los animales retomaron
confiados lugares que antes fueron suyos. Algo parecido debe haber ocurrido en
nosotros y nos toca identificarlo para que la primavera interior retome su
cauce esencial en vínculo con la naturaleza.
No
somos el centro del universo, solo una parte de él y seguimos empecinados en no
verlo. Es innegable que hay una pugna entre la sensatez y el egoísmo. Muchos,
por miedo, variaron la conducta pero han vuelto al viejo comportamiento apenas
se sintieron un poco más confiados. Otros han comprendido la obsolescencia del
esquema civilizatorio y luchan por el cambio. Debemos construir una sociedad al
servicio de la especie humana, no obligar al hombre a mantener un esquema que
lo aprisiona. La naturaleza nos está hablando y es hora de escucharla en serio.
Debemos sumergirnos en ella, rescatar los orígenes. Nos va la vida en ello.
Muy buena reflexión cubano!
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