Fecha: 2013-05-24
Fuente: CUBARTE
por: Guillermo Rodríguez Rivera
La Editorial de Arte y Literatura
del Instituto Cubano del Libro acaba de poner en circulación en su colección
Argos el título Aprendiz de América, del joven ensayista Ernesto Sierra.
Hace muy poco más de veinte años
(que, al decir de Quevedo, han pasado mientras uno lo duda) Ernesto Sierra
(Güines, 1968) formaba entre los estudiantes de la Facultad de Artes y
Letras y figuraba en alguna de las aulas donde yo impartía clases.
Egresado como licenciado en letras
por la Universidad de la Habana, Sierra definió rápidamente su vocación de
americanista. Desde entonces ha sido profesor
universitario e integrante del equipo de realización de Casa de las Américas, bajo el magisterio de
Roberto Fernández Retamar.
Este libro que ahora empieza a
circular es una muestra de esa vocación de Sierra para explorar el complejo
panorama de las letras latinoamericanas, porque Aprendiz de América
muestra a un estudioso que no parece encontrar valladares que lo detengan para
hurgar en el vasto y diverso corpus literario de nuestra América.
Por supuesto que están aquí los
acercamientos de Sierra a los narradores latinoamericanos del siglo XX. Si no
me falla la memoria, su trabajo de grado para recibir su título de filólogo,
giró en torno a la figura de Leopoldo Marechal, el autor de esa clásica novela
hispanoamericana que es Adán Buenosayres.
Marechal, quien fuera también
importante poeta de la vanguardia argentina, es estudiado aquí como parodista.
Desde la vanguardia argentina —no
obviar el breve acercamiento a Jorge Luis Borges— Sierra se aproxima a maestros
de la diégesis como Julio Cortázar, Juan Rulfo, Gabriel García Márquez, Augusto
Roa Bastos, Carlos Fuentes y Mario Benedetti.
El idioma (aquí, el tránsito del
español al portugués) no amedrenta a Sierra para abordar el trabajo del
narrador brasileño Rubem Fonseca, quien se vale de los artificios de la
narración policial para establecer un inquebrantable vínculo con sus lectores
que, como al español Juan Madrid —divertido contrabando español en esta cosecha
americana— le permite ir más allá de lo que cabría llamar el ámbito lúdico del
policial.
Pero Sierra, como decía al comenzar
esta reseña, no le teme a los límites: es capaz de lanzarse a explicar lo
poético, en figuras como el chileno Pablo Neruda y el cubano Luis Rogelio Nogueras.
No deje el lector de aproximarse al
acercamiento de Sierra a las revistas de vanguardia hispanoamericanas, esencial
aproximación para comprender el rico panorama de la vanguardia en
Hispanoamérica, desenvuelto a lo largo de la década de los años veinte.
No menos interesante resulta la
crónica en torno al papel que desempeñó en la lucha ideológica de los años
sesenta, una revista como Mundo Nuevo, promovida por la CIA para quebrar
el predominio de las ideas de izquierda en la América Latina de entonces.
Interesantes y como una pieza de
sociología de la literatura, son los tres artículos que Sierra titula “Literatura y mercado en los 60”.
Como para completar su visión
totalizadora de América —Sierra ha cursado estudios amerindios en la Casa de
América, de Madrid—el autor nos presenta el que cabría llamar su homenaje a la
“pacha mama”, en las páginas finales del libro, bajo el título de La voz de
la tierra.
Buena presentación de credenciales
de un aprendiz que ha estudiado bien lo que se ha propuesto conocer y, además
de cumplir su aprendizaje, es capar de enseñarnos a sus lectores.