jueves, 7 de junio de 2012

Avatares de una biblioteca o las resultas de noches fantasmales


Fecha: 2012-06-07Fuente: CUBARTE

El volumen Avatares de una biblioteca, del crítico literario, ensayista y profesor Ernesto Sierra, fue publicado recientemente por Ediciones Boloña, en su colección Cornucopia.

En sus palabras preliminares, Sierra deja al descubierto que este título es de fantasmas y misterios; de ternura y devoción por los libros; a su vez se percibe el homenaje a esos santuarios que son la bibliotecas y a sus guardianes los bibliotecarios, “si alguna traza queda, en nuestros días, del hombre Renacimiento, incuba en el bibliotecario”, nos dice.

El volumen ―original compendio de textos, unos del autor y otros producidos por pilares inexorables de las letras hispanoamericanas como Miguel de Cervantes, José Lezama Lima, José Ortega y Gasset y Gabriel García Márquez―, posee el encanto ineluctable de lo que se escribe ―o escoge― a partir de la fusión perfecta entre la mente y el espíritu; por si fuera poca tanta suerte, cuenta con las hermosas ilustraciones del poeta y artista de la plástica José Luis Fariñas.

Avatares de una biblioteca, el texto que abre el libro, es también, ―como cualquier estancia en una biblioteca―, un viaje que transita en el tiempo siguiendo un itinerario muy bien premeditado. Comienza en la era precristiana, con una de las mayores pérdidas que ha sufrido el mundo: la quema de la biblioteca de Alejandría; y el autor manifiesta entonces que desde el siniestro, a la legión de bibliotecarios “los acompaña una insaciable sed de venganza”.

Comienza aquí la indagación de Sierra acerca de los propósitos posteriores del gremio de bibliotecarios y entonces la migración se detiene en España con la evocación de Francisco de Quevedo y más tarde de Miguel de Unamuno; luego se va a Argentina y allí encuentra al imprescindible Jorge Luis Borges, ciego y director de la Biblioteca Nacional, condiciones ambas que se reiteran en su compatriota José Mármol y en el francoargentino Paul Groussac, lo cual es para Sierra una coincidencia dudosa.

La recurrencia al tema de la ceguera de varios bibliotecarios devenidos, para dicha del mundo, grandes escritores, refuerza la idea de la magia sensorial de tocar un libro, de sentirlo, de abrazarlo y literalmente colocarlo junto al corazón.

Más tarde recuerda al monumental intelectual Julio Cortázar y le reconoce la astucia de autodenominarse más que bibliotecario, cronopio.

Llega por fin el autor a su país y describe cómo en su pesquisa descubrió la existencia de un sospechoso grupo llamado Orígenes, con José Lezama Lima a la cabeza, que tenía la costumbre pertinaz de permanecer en la Biblioteca Nacional.

Estas referencias certifican el afán de todos estos hombres por vengarse “de la cruel humanidad inculcándole, para siempre el vicio por la lectura”, venganza que en contrasentido ha permitido la felicidad de muchos y a algunos les ha salvado la vida.

Sierra retoma en el segundo escrito la figura de Borges en una suerte de oda objetiva que avala su reconocimiento universal; alude a la transformación que lleva a cabo Umberto Eco de la figura del ciego memorable al convertirlo en el personaje Jorge de Burgos, de la novela El nombre de la rosa y especula en si será, o no, “el perfecto guardián del saber”, según lo llama, una reencarnación moderna de Homero.

Misión entre los jesuitas es un relato autobiográfico, contentivo de resortes propios de un cuento de misterio y Sierra no lo niega; cuenta la averiguación que realizó justo después del hallazgo de la primera y rara edición de Reyno jesuítico del Paraguay, una crónica escrita por el presbítero Bernardo Ibáñez de Echavarri, concluida por éste en Buenos Aires en el año1761 y de la cual solo, al parecer, existen dos ejemplares, el que Sierra halló y uno que se encuentra en la Biblioteca del Vaticano.
 
El último texto de Sierra lleva por nombre La muerte del Minotauro y en él de nuevo retoma la mítica figura de Borges en un trabajo en el que emplea la fantasía y la coloca de manos con la realidad cuando cuenta cómo el poeta y director de una Biblioteca Nacional, ciego por demás y de vestir austero, encuentra dos gruesos volúmenes de Clemente XIV y los jesuitas, los que había descubierto en sus años de juventud y que tenían la tremenda peculiaridad de tratar el mismo asunto con hechos y personajes cambiados, como si fueran dos visiones subjetivas de una misma realidad “espejo en que cada texto devolvía su imagen invertida”, dice el autor.

Un interesante juego establece Sierra con la polisemia de los dos volúmenes de la historia y la multiplicidad de lecturas de la historia misma apoyada en símbolos y posturas que remiten a la cosmovisión del propio Borges.

Hay una poética especial en el título Avatares de una biblioteca, en contenido y forma, quizás para robustecer la imagen de que un libro no es un texto, sino una simbiosis perfecta de materiales, tipografías, colores, texturas y olores, muchas veces propios de los espacios donde habitan.

Sierra presenta al libro como ente, desde su dimensión humana y universal, en su carácter de compañero y sin decirlo, nos lleva a meditar: cuando pasen los años, muchos años ¿desaparecerá el libro del imaginario social del universo? Cuesta trabajo creer que algo así pueda suceder, porque nunca una computadora o un e-book podrán suplantar la entidad del libro sensorial y sentimentalmente, y nosotros los contemporáneos debíamos imposibilitar su conclusión; es cierto que se acaban los árboles, pero también es cierto que pueden resembrarse, todo depende del mayor beneficiario: el hombre.

Avatares de una biblioteca es un libro sublime, es el de la pasión por el libro; es imposible que los que encontramos la satisfacción mayor en los nuevos o viejos libros buenos, no queramos conservarlo.


Imagen: Internet
Temática: Libro y Literatura
http://www.cubarte.cult.cu/periodico/resenas/avatares-de-una-biblioteca-o-las-resultas-de-noches-fantasmales/14807.html

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