viernes, 20 de septiembre de 2013

Aprendiz de América y el orgullo de ser latinoamericanos y caribeños



A Aprendiz de América (1), obra ensayística de Ernesto Sierra (Güines, 1968), no solo le amerita la vocación de este joven escritor cubano hacia la investigación y estudio del contexto literario de nuestro continente, sino también (y ante todo), su valoración latinoamericanista y martiana sobre autores clásicos y contemporáneos agrupados todos magistralmente.

Menciones-análisis siempre imprescindibles a Cervantes, Quevedo y el Arcipreste de Hita, entre otros, enriquecen las figuras de escritores de este lado del mundo como José María Heredia, José Martí (expuesto en su labor como cronista); de contemporáneos como Leopoldo Marechal, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar (Cortázar en sus noventa), Pablo Neruda (Sangre de piedra araucana), Juan Rulfo, Gabriel García Márquez, Augusto Roa  Bastos, Carlos Fuentes, el brasileño Rubem Fonseca, Mario Benedetti (Contar con Benedetti), Lezama Lima, Alejo Carpentier, Luis Rogelio Nogueras, o a peninsulares náufragos en nuestras costas como Juan Madrid. Tampoco deja de pasar por alto la riqueza de publicaciones periódicas como el revistero de la Vanguardia hispanoamericana correspondiente a la década de los años veinte del pasado siglo.

Valoración especial —entre otras sobresalientes—, al capítulo “Apuntes para una historia del desagravio”, donde Sierra (con pluma en ristre) denuncia el execrable episodio de la Conquista y Colonización de nuestras tierras americanas, junto a su matanza de seres humanos: “(…) La celebración del V Centenario trajo consigo largas e interminables polémicas acerca de la cuestión indígena. De ellas han derivado una serie de iniciativas encaminadas a encarar la situación de los pueblos amerindios como lo que son: un volcán ubicado en el mismo centro de los conceptos de Unidad, Independencia y Nacionalidad de las repúblicas americanas”.

Acercamiento acertadísimo el de este también Profesor universitario al plantear determinadas situaciones/problemas engendradas durante los primeros años del triunfo de la Revolución cubana en la esfera literaria. Es el caso de la revista Mundo Nuevo (Julio/1966- Marzo-abril/1971) promovida y financiada por la Agencia Central de Inteligencia (CIA), de Estados Unidos, con el objetivo de obstaculizar y aplastar las ideas de izquierda en la América Latina de la década de los sesenta:

“Emir Rodríguez Monegal (su director), es un entusiasta de la Literatura latinoamericana, y fomenta este tipo de discurso en un momento de subversión del orden a nivel mundial, en que surgen líderes y movimientos populares en cada momento y la cultura de masas es moda. En la antesala de los 60, la Revolución cubana y sus barbudos lanzaron la América Latina al podio de la opinión pública mundial, y por esa brecha pasó de todo “(…) Hubo números que se convirtieron en una simple tribuna anticubana, en la que apenas se hablaba ya de literatura(…)” La FundaciónFord, que sostuvo durante cerca de cinco años la publicación de Mundo Nuevo, no renovó hacia fines de 1970, la subvención que le había otorgado. Por tal motivo éste (Marzo-abril/1971) constituye el último número de la revista”.


Así, entre anécdotas, citas diversas, críticas, experiencias personales y colectivas, elementos biográficos, sociológicos y hasta antropológicos, entre otros elementos, Aprendiz de América  nos transporta a ese inconmensurable contexto de Nuestra América —desde antiguos hasta contemporáneos—, blanca, india, negra, mestiza, en todo su proceso de transculturación y aculturación para, a través de nuestro propio espejo, observarnos con suma profundidad y enorgullecernos. Y, para nunca soslayar, que la cultura hegemónica se esmera en propagandizar únicamente en los códigos de la inmediatez, lo industrial, lo moderno, lo confortable, lo propio, lo placentero, lo simple, lo fácil, una nueva tecnología de las esperanzas y las expectativas como parte de la ingeniería del consenso creada al servicio del capital. Tecnología que tan solo apunta al futuro —porque no puede detenerse a explicar las crudezas del presente y se bloquea ante la Historia—, pues frente a la memoria es altamente corrosiva. Para generarla, se emplea toda la diversidad de aparatos culturales disponibles.

De todo ello nos alerta Sierra en este título, y siempre teniendo en mente a nuestro José Martí. Al respecto y en el capítulo titulado, Sobre el Martí cronista, expone: “(…) Otro rasgo novedoso del Martí cronista es su manejo subjetivo de la noticia. No se detiene en los preceptos básicos del periodismo, sino que violenta la estructura narrativa con comentarios, exclamaciones, saltos cronológicos, lleva y trae al lector por ese mundo de asociaciones que le es tan propio. Aún así, el “yo” martiano no tiende a ser una expresión individualizadora o personalista. Dadas sus concepciones históricas y sociales, Martí subvierte ese “yo” moderno en un “yo” colectivo que asume al cultura como patrimonio de todo el género humano; un “yo” que intenta resumir la esencia del ser y, por tanto, se generaliza para convertir la escritura y su recepción en un espacio más amplio y democrático”.

Aprendiz de América, a través de sus páginas de inobjetable sapiencia, nos convoca a batir palmas por el orgullo imponente de ser latinoamericanos y caribeños. El tintero aún continúa expectante por nuevos obsequios de este Autor.


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