lunes, 30 de enero de 2012

Viajero en el tiempo de las almas


Hoy no importa si fue un viento, el azar, un extraño equívoco o las sonoras campanadas de la amistad quienes me trajeron aquí, a esta dimensión desde donde me miro con la extrañeza de quien ve su rostro en el espejo y le resulta ajeno. Hoy importa lo que entiendo y asumo con la humildad del iniciado en un secreto tan sencillo que estremece.
Hoy escucho voces que ya me acompañaron en otras latitudes, recibo abrazos que han rodeado mi espalda bajo otro cielo, miro rostros sonrientes, ceños fruncidos, percibo la agitación de los que invierten en su propia desgracia y, el gesto plácido de los que ciñen el chaleco de la generosidad y el paso breve. No existe paisaje, no hay extrañeza. No puedo afirmar que el pardo de una tierra o el olivo grisáceo que cubren un páramo interminable, sean menos hermosos que el azul de un cielo sin nubes o una arena que, de tan fina se escurre entre mis dedos que lo tocan todo.
Hoy puedo entender las obsesiones con el tiempo y el espacio. Alguien me ha dicho que a mi corazón le han nacido piernas y, pienso que en realidad le han crecido alas. Cuando estas se agitan hay una tormenta de sentimientos y animosidades que arrasa con cualquier paisaje, cualquier atisbo de arraigo material. Acepto entonces mi derrota en la lucha contra las lecciones de los maestros, y debo asumir que mi vida es una sucesión de construcciones y derrumbes, de finales y recomienzos que se van alternando, en mi caso de una manera caótica, cuyo orden escapa a mi condición de anónimo viajero en el tiempo. Y desconozco el propósito, divino o humano, que encierra este devenir.
Hoy declaro que mis pasos buscan el camino hacia el alma de una mujer, que mi razón completa cabe en la mirada limpísima de un niño y el dolor propio o ajeno se disipa en el abrazo de la amistad más pura. Renuncio a toda sabiduría si la dimensión de una caricia, un beso y un abrazo destruyen las gastadas concepciones del universo; renuncio a las herencias que encarcelan la verdadera libertad, si las preguntas y respuestas de un niño borran de un tirón los congelados chorros de tinta encerrados en los libros de filosofía.
Hoy disfruto el milagro de estar vivo y sentir este batir de alas que le han nacido a mi corazón.


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